Hoy es el último día de campaña electoral. Al fin se acaba esta tortura china que supone enlazar una campaña con otra, sin solución de continuidad e incluso, en algunos casos, con los mismos candidatos que ya concurrieron a las elecciones del 28 de junio. Y que perdieron estrepitosamente, siendo desalojados del poder, por más que Francina Armengol insista en que su gestión fue impecable, buenísima, excelente, inmejorable, sublime. Vamos, el non plus ultra. Lo cierto y verdad es que los votantes decidieron echarla del Consolat de Mar, poniendo fin a ocho años de políticas de izquierdas ejecutadas por un Govern tripartito integrado por PSOE, Unidas Podemos y Més per Mallorca. Pero ella sigue sin hacer caso a aquella evaluación democrática a su gestión, al dictamen inapelable de las urnas, a la suprema valoración que se ejerce en Democracia de la política de un gobernante, con el correspondiente voto en las elecciones donde se decide si se revalida o no un gobierno. Francina Armengol insiste que «será una voz fuerte para Baleares porque mi gestión lo avala». Pero el resultado de las elecciones autonómicas y municipales del 28-M, lo que avalan sin lugar a duda, es que la ciudadanía ha querido un cambio de color político en las principales instituciones de Balears. Y que es por ello por lo que el PSOE, Unidas Podemos y Més han sido barridos electoralmente y desahuciados de la práctica totalidad de instituciones que gobernaban. Así de crudo y así de claro. Los socialistas de Baleares se resisten a aceptar lo sucedido porque no es fácil encajar la derrota, cuando se está convencido de ser mejores y de hacerlo mejor que la formación que sí ha ganado las elecciones. Pero cuanto más tarden en digerir la dura realidad, peor para ellos. El domingo que viene la ciudadanía volverá a hablar y entonces ya no habrá oportunidad para más excusas.