Nuestras islas son el paraíso de los ‘influencers’ que encuentran aquí el escaparate perfecto para hacer gala de una superficialidad inversamente proporcional a su solvencia intelectual. Lamentablemente, su mercantilización de Ibiza y Formentera no es gratuita, dado que los residentes pagamos bien caro su ‘postureo’. Con cada foto que publican difundiendo irresponsablemente la ubicación de la cala que visitan contribuyen a masificarla y a tacharla de la lista de lugares apacibles. Creen que son los más originales por haber visitado una pequeña cala a priori escondida o un restaurante, cuando en realidad se cuentan por cientos los perfiles de redes sociales que hacen exactamente lo mismo y van a los mismos sitios. No hay margen para la originalidad, todos lucen una vida aparentemente idílica, escondiendo la verdadera naturaleza del verano pitiuso: saturación, masificación, atascos e insuficiencia de recursos sanitarios. Esta calaña de vividores explotan los recursos de un lugar mientras les resulta rentable, hasta que muera de éxito y sea otro el destino que acapare sus cámaras para empezar de nuevo el proceso de destrucción. Amigo ‘influencer’: hacer otra guía de calas «escondidas» o con los mismos restaurantes de inversores extranjeros sin arraigo cuya única idea es hacer otras gyozas insípidas no tiene mérito alguno. Lo único que hacen con su ridícula publicidad es satisfacer su desmesurado ego y ahogar un rincón antaño habitable. Los locales somos la presa de estos depredadores enchufados a un cargador. A mayor número de seguidores, mayor es la estupidez y la arrogancia de aquellos que aterrizan reconstruidos por algún cirujano de esquina mendigando que les regalen la cena o la habitación. Su negocio es nuestra desgracia.