Yo comprendo el hastío de los residentes en Ibiza cada verano. Es tremendo coger el periódico y encontrarse mayoritariamente accidentes de tráfico o incidentes de todo tipo en el mar, detenidos por traficar con drogas, precipitados desde alturas considerables o desde acantilados que, tras tirarse al mar, acaban en la UCI del hospital, tipos que se graban cometiendo las imprudencias y temeridades más increíbles al volante de sus vehículos, muy habitualmente de alta gama. También vemos toda clase de actos incívicos protagonizados por gente a la que le importa tres bledos el prójimo. Sólo parece preocuparles su propio confort y bienestar, y si al vecino le molesta, pues que se fastidie.

Yo no diría que eso suceda sólo en Ibiza, pero es cierto que, en esta maravillosa e inigualable isla del Mediterráneo, todo se magnifica. Mallorca, Mykonos o Benidorm no son distintas. También allí hay desmanes que acaban por cabrear a los vecinos que sólo quieren vivir tranquilos, sin agobios, sin sobresaltos, sin verse rodeados de delitos violentos ni de crímenes. Pero, no sé por qué, en Ibiza todo supera la medida normal de las cosas. Y claro, conforme avanza la temporada turística, todo el mundo está muy cansado y harto.

Pero estoy seguro de que, si uno logra abstraerse de las noticias escandalosas de la sección de sucesos de la inmensa mayoría de medios de comunicación, también se percibe lo excepcional de hallarse en un sitio maravilloso y mágico como Ibiza. Rodeado de un entorno natural incomparable que por sí solo, es capaz de proporcionar momentos idílicos e inolvidables. Porque no sólo hay delincuentes, incívicos y desaprensivos; también hay gente buena, trabajadora, sacrificada, que cumple con sus obligaciones legales, comprometida con la sociedad y con el medioambiente, solo que, lamentablemente, los primeros ocupan más páginas en los medios que los segundos. Sólo salen los que lo hacen mal, no los que lo hacen bien. Y eso también harta.