La temporada de 2023 vuelve a batir récords superando más de 1,3 millones de visitantes durante el primer semestre del año, nada menos que 100.000 turistas más que la cifra máxima que se registró en 2019. Respecto al año anterior, hemos recibido un 12,80% más de turistas. Es decir, la vorágine y la presión demográfica sigue creciendo sin cesar. Si nos remitimos al gasto de los turistas, también ha crecido respecto al 2022 en un 6,58%. Estos datos contrastan con los datos de ocupación de algunos hoteles que en pleno julio no llegan al 50% y con el comentario más repetido entre aquellos que viven directamente del turismo: estamos ante una temporada rara y atípica. Este crecimiento no se ha traducido en un incremento del PIB per cápita o la renta disponible de las familias, las cuales se han ido empobreciendo por los efectos de la inflación, situándonos por debajo de la media nacional. Ergo, ¿de qué nos sirve este crecimiento suicida? El ejecutivo autonómico ha anunciado que derogará la limitación temporal de compra de plazas turísticas, trasladando a los consells su gestión. Volver a una Ley turística de hace 11 años es un error que los populares no deben cometer, dado que en este tiempo la evolución del turismo se ha agravado. Avanzamos irremediablemente hacia el descontrol provocado por un turismo de masas que satura nuestros recursos sanitarios y está devorando no sólo los recursos naturales de las islas, sino un mercado de la vivienda copado por los piratas que comercializan turísticamente con ellas. Prohens no debe someterse a los intereses de una minoría, sino mirar más allá y planificar su política turística a largo plazo, enfocándola a la contención y la mejora de la oferta. No es momento de crecer en número, sino de mejorar en calidad y servicio.