Hace unos días me enteré que el futbolista brasileño Neymar jugará a partir de ahora en el Al Hilal de la SuperLiga de Arabia Saudí. Fue el miércoles 16 de agosto, recién llegado de pasar unos días de vacaciones en mi pueblo, Adobes, y tras darme de bruces con la realidad que supone volver a Ibiza con el ya habitual retraso por parte de la aerolínea en cuestión.
En la noticia se informaba que el delantero internacional con Brasil comenzaba su etapa en el nuevo El Dorado del fútbol mundial junto a otros destacados jugadores de reputado caché en Europa tras firmar un contrato de 100 millones de euros al año, el segundo salario más elevado de esta competición por detrás de Cristiano Ronaldo. Además, a partir de ahora tendrá una mansión de 25 habitaciones, una piscina de al menos 40x10 metros, tres saunas y una nevera siempre llena de zumo de Acai y guaraná y tres deportivos de alta gama, cuatro Mercedes G Wagon y un todoterreno y una furgoneta dela misma marca. Incluso, dispondrá de un chófer durante 24 horas al día los 365 días del año y cinco trabajadores a tiempo completo para su casa, un ayudante de cocina para su chef personal y dos operadores de limpieza. Además, se le pagarán sus desplazamientos, sus actividades de ocio y todas las facturas que deje a su paso por hoteles, restaurantes y diversos servicios en las ciudades que visite y podrá usar un avión privado junto a su familia cuando lo necesiten y cobrará más de 500.000 euros por cada publicación en la red social Instagram.
He de reconocer que tuve que leer varias veces la noticia para entenderlo todo pero luego reparé en que era verdad y que el periodista había detallado con pulcritud todos los puntos de un contrato absurdo, obsceno y sin sentido. Mi primera reacción fue de indignación pensando en cómo se puede despilfarrar el dinero en una persona cuyo mayor mérito ha sido el dar patadas a un balón, viendo como está el mundo, con tanta gente que podría comer cada día con todo ese dinero, o en todo lo que se podía arreglar en lo que nos da por llamar el tercer mundo o destinándolo a campañas de investigación de enfermedades raras u otras más conocidas como el cáncer o el sida, Pero luego, rápidamente, sentí pena, lástima o tristeza por este chico.
Sé que a muchos de ustedes les parecerá extraño porque es lícito y entendible envidiar a un jugador de fútbol como Neymar, por su tren de vida o por todo el dinero que ganará en tan solo un año. Envidiar que tiene a su alcance todo lo que en teoría soñó, pero les prometo que no es mi caso. Él hace tiempo que dejó de ser una persona anónima que puede disfrutar de las cosas más sencillas de la vida con tranquilidad. Estoy seguro que no podrá ir a una presentación de un libro en un frontón de pueblo, a un concierto de ópera y zarzuela de un grupo amateur que emociona por su calidad como el coro Tierra de Voces o no podrá parar en un bar de carretera a comerse unos torreznos de esos que quitan el sentido. Es más, ni siquiera podrá degustar con sus tíos un delicioso magret de pato sin tener que hacerse fotos con todo el mundo ni podrá disfrutar de las fiestas de pueblo siendo uno más, mientras baila en la plaza, canta con The Morgan Band, juega al bingo a las dos de la mañana o pide e invita a botellines en la cola en el bar como cualquier hijo de vecino. Ni por supuesto, con cosas tan simples y que al mismo tiempo no tienen valor como son el ver como un niño de siete años disfruta con juegos de los de toda la vida en la plaza o mientras un fantástico tenor de nombre Joan le canta en brazos una pieza solo para él. Ni por supuesto bajar a jugar al frontón del pueblo, comer una deliciosa caldereta de cordero en grandes sartenes, una ensalada de tomate y unas rodajas de sandía en El Cañuelo sentado en el suelo o en mesas plegables con sus primos y primas o ser uno más en la amplia comitiva de vecinos que por la noche descubrieron el bosque mágico de El Espinar junto a las duendes Espi y Nar.
Porque sí, porque Neymar habrá firmado todo eso en el contrato de su nuevo súper equipo, pero vivirá en una fantástica jaula de oro. Tendrá no se cuantos coches mientras yo tengo mi patinete y un coche granate con los retrovisores hechos polvo porque la Dacia hace más de dos meses que me debe el arreglo y si él tiene su nevera repleta de guaraná o zumo de Acaí yo tengo mi zumo de naranja, el té que cada dos o tres días trae con ilusión mi madre y alguna que otra cerveza para tomar de vez en cuando y que me recuerda que aunque sin tantos «sous» al final soy un privilegiado. No tendré un chofer 24 horas ni personal de la limpieza pero tengo a mi querida Belén que nos hace una labor impresionante, a mi madre, a mi familia, mi hijo y a mis primos y amigos a los que quiero mogollón y con los que sé que las risas, las conversaciones y nuestras intenciones para y por este mundo son de verdad sin que ninguno miremos la cuenta corriente del otro…
En fin, que siento pena por el señor Neymar porque mientras él cree que lo tiene todo, realmente no tiene lo que no se compra con dinero como las cosas sencillas y auténticas a las que al final no les damos el valor que merecen.