Nunca he sido de tener ídolos más allá de mi padre Rober al que considero un gran ejemplo para todo. Un guía y un referente, esté donde esté, para seguir siendo un poco mejor cada día y un espejo en el que mirarme mientras intento imitar su particular filosofía de vida, optimista y a la vez realista, y así intentar ser un poco mejor cada vez que me levanto por las mañanas.
Eso no quita para que haya gente a la que admiro y admiraré siempre. Que haya un buen puñado de personas, hombres y mujeres, a las que considero también un referente por su trabajo, sus ideas o, simplemente, por su manera de afrontar esto tan complicado que han dado por llamar vida. O por enfrentarse contra los poderes establecidos armados únicamente con una guitarra, un papel, un bolígrafo o una máquina de escribir cuando no todo era tan fácil como ahora. O aquellos, que sin tener que remontarnos décadas atrás lo siguen haciendo hoy en día en lugares remotos y no tan remotos donde no tienen la suerte de vivir como lo hacemos nosotros.
Por ello siempre he creído que aunque no compartamos sus ideas merecen un enorme respeto porque, entre otras cosas, son y fueron capaces de hacer algo que yo mismo ni me atrevería. Porque todo aquel que lucha democráticamente por sus ideales, siempre con la fuerza de la palabra y el diálogo y sin violencia, no puede ser ninguneado, mal tratado o simplemente echado a un lado porque ahora estorba o porque no interesa lo que dice. O simplemente porque no siguen la corriente establecida y otros piensen que se han convertido en viejos que chochean y que solo generan una incomodidad que se acaba convirtiendo en miedo y sudores fríos porque no queremos reconocer que en el fondo ellos saben mucho más que nosotros por todo lo que han vivido.
Desgraciadamente en nuestro país somos expertos en olvidarnos demasiado pronto de los que nos precedieron. De vivir demasiado rápido y en el instante sin que prácticamente nadie se acuerde de los que antes hicieron todo lo posible por dejarnos un mundo que ahora poco a poco nos empeñamos en destrozar sin pensar en los que vendrán después y que serán los que tendrán que intentar unir todos los pedazos que hemos roto movidos por un orgullo, un ego y unas ansías de poder desmedidas. Y es que aunque ahora no esté de moda recordarlo y lo chic sea vilipendiar la etapa de la transición española, lo cierto es que gente de izquierdas, de centro y de derecha, fueron capaces de dejar atrás sus propios intereses, sus rencillas y sus rencores por el bien de este país consiguiendo una estabilidad que se antojaba prácticamente imposible tras los terribles años de la dictadura de Francisco Franco y el posterior asesinato de Carrero Blanco por parte de la banda terrorista ETA.
El caso es que muchos de estos protagonistas, con sus luces y sombras como usted y como yo, son para mí un ejemplo de que si se quiere, se puede. Y que no hace falta renunciar a ciertos ideales ni tampoco a dejar de defenderlos ante el contrario pensando en algo más importante que es el bien común, porque, nos guste o no, todos vamos en este mismo barco en el que si dejamos de remar acabará perdido en el océano y naufragando para siempre. Y tal vez por ello y por nuestro propio egoísmo creo que al menos hay que escucharlos y sobre todo no silenciar su voz. Porque ellos, los que vinieron antes, lucharon y vieron como muchos compañeros se dejaron la piel e, incluso, la vida para que ahora tengamos la libertad de expresión y de opinión que desde algunos ámbitos se les está intentando quitar porque resultan incómodos.
Y sobre todo, porque en la mayoría de los casos, no les llegamos ni a las suelas de los zapatos, teniendo en cuenta que no hemos sido capaces de enfrentarnos a los grises, refundar partidos políticos reuniéndonos en lugares de forma clandestina o cantando canciones donde se hablaba de tierras donde habrá un día en el que haya libertad. O porque no hemos pegado carteles pidiendo igualdad para todos ni hemos luchado en tiempos en que los sindicatos estaban prohibidos por mejorar las condiciones de los trabajadores de las fábricas, las obras o las minas… y es que no podemos olvidar que la mayoría de nosotros y de muchos de los que nos gobiernan se encontraron andado buena parte del camino.
Por todo eso y por muchas cosas más y parafraseando a Joan Manuel Serrat... un servidor, Manu Gon, divorciado, mayor de edad, vecino de Ibiza, hijo de Roberto y Julia y de profesión periodista según obra en el registro civil, hoy domingo 24 de septiembre de 2023, con las fuerzas de que dispone… «atentamente expone que se sirva tomar medidas para llamar al orden a esos chapuceros que lo dejan todo perdido en nombre del personal». Y que si puede ser, se haga «urgentemente para que no sean necesarios mas héroes ni mas milagros para adecentar el local» y que si no se pudiera «poner coto a tales desmanes, mándeles copiar cien veces esas cosas no se hacen».