Suerte es despertarte con un lametón de tu perro en la cara, que te preparen el primer café de la mañana con amor como el mejor azúcar, que te sonrían en el portal y te den los buenos días y ser consciente de lo afortunada que eres por ver esas pequeñas cosas.
Suerte es que al pasar por tu calle una fragancia a jazmines frescos te salude, que te den las gracias por parar en ese paso de cebra o recibir un abrazo de esa persona a la que echabas tanto de menos, aunque no fueses del todo consciente de ello.
Suerte es ir a un festival y escuchar cómo Iván Ferreiro susurra Turnedo casi en tu oído, mientras la piel se te eriza y tu cuerpo danza abrazado a una amiga.
Suerte es terminar ese curso de buceo con el que siempre habías soñado, ver una estrella de mar inmensa y de color morado y que tu amiga, para compartir ese momento, te haga una señal de corazón bajo el agua. Que un pulpo te acaricie el pie mientras nadas, encontrar cangrejos ermitaños y disfrutar como tu compañera de viaje, sintiendo que tú también tienes siete años, o te digan que eres buena persona, divertida y alegre y que esos sean los piropos más hermosos que recuerdes.
Suerte es poder llamar a tus padres para no hablar especialmente de nada y reírse mucho con ellos, ante las bromas de siempre. Suerte es tener salud y que el cuerpo nos responda sin quejarse; coger un vuelo, que te toque finger, y que seas la última persona a la que le permiten subir la maleta en cabina; sentarte junto a alguien amable y que huela bien y sobrevolar Es Vedrà tan cerca que puedas divisarle hasta las cabras. Que te regalen un libro porque pensaban que te gustaría y devorar cada página sintiendo que emprendes el mismo viaje que su autora, escuchando sus ruidos, oliendo sus descripciones y soñando en «Azul Turquesa».
Suerte es que tu tribu te conmine a tomar un vino esos lunes que son demasiado largos, que escuchen tus aventuras y sueños para alentarte y aconsejarte cuando sea necesario, y que sean la banda sonora de cada brindis y de cada momento bajo.
Suerte es que el vestido que querías ponerte te siga valiendo y que los paseos sean siempre cerca de la playa y con olor a sal. Suerte es mucho más que pensar en verde, es entender los colores y la fortuna de verlos, discernirlos y hacerlos brillar. Los martes en los que esa reunión ha sido increíble y clarificadora, los miércoles en los que la clase de pilates te ha estirado hasta el alma, los jueves en los que haces la entrevista más interesante de tu historia, los viernes en los que bailas en el Children o decides quedarte en casa y hacer sesión de pelis y de chuches. Los fines de semana para ti que terminan en desayunos tardíos y paseos en barco.
Suerte es haber escogido un camino, haberlo defendido, construido, elevado y protegido y recoger sus frutos con consciencia. Suerte es ese segundo café de la mañana que te sabe a gloria, que te quita el hambre y te permite parar un momento.
Suerte es cumplir años y recordar que a partir de los 40 ya no hay cinturones que aprieten, ni espejos que nos exijan una perfección que nunca pretendimos. Suerte es escribir cada una de estas letras y masticarlas, entenderlas y compartirlas.
Suerte es dejar de correr tras una felicidad de plástico y de emociones rápidas que llenan rápido, pero que no sacian el apetito de conocimientos y aprendizajes, y descubrir que, en el sendero de la calma, aunque el paseo sea más largo, cansa menos y es mucho más hermoso.
Suerte es terminar este artículo sabiendo que otros ojos le han dado vida, sin más, sin ganar nada por ello; por el simple placer de construirlo y de lanzarlo para recordarte a ti misma lo afortunada que eres. Suerte es aprender a paladear el sencillo hábito de dejar este mundo un poquito mejor, más amable y más bonito de lo que nos lo encontramos (como un reflejo de la forma en la que nuestros padres y maestros nos enseñaron a vivirlo).
Hoy, juntos, vamos a recordar todas las razones, las grandes, las medianas, las pequeñas y las minúsculas por las que debemos reconocer que en este domingo tenemos, sin duda, mucha suerte de encontrarnos.