Pedro Sánchez. | Europa Press

Lo de conceder una amnistía para que te voten a presidente es el colmo de la indecencia. Por supuesto lo intentan disfrazar de otro modo (el lenguaje es hoy un camuflaje político muy incorrecto en su distorsión de la realidad) mientras continúan las negociaciones en secreto, lo cual es otro insulto a la inteligencia del electorado, que desearía saber qué traman exactamente y votar en consecuencia. Ya se sabe que el español puede jugarse la vida, pero no el cocido.

Pero ya nada sorprende de una veleta oportunista que se carga la malversación, indulta a corruptos y golpistas, rebaja las condenas a delincuentes sexuales y deja a violadores en la calle, vende a los saharauis (y todavía no sabemos por qué ni por cuánto), que pone en jaque a la ya muy maltrecha independencia judicial, que impone una presión fiscal inaguantable, que miente en todo momento y lo justifica como cambios de opinión, el vanidoso tramposo, pero que no respeta otras opiniones, pues echa de su partido a los que osan criticarlo y lo que más le molesta es que el pueblo libremente le pite el día de la Hispanidad… Realmente es un caso interesante para el campo psiquiátrico. ¿Superaría el examen que hacen a pilotos o fuerzas de seguridad?

En su diarrea verbal el tipo insiste en «el diálogo» pero se niega a llegar a un acuerdo con el partido más votado en las pasadas elecciones. Prefiere como compañeros de gobierno a los mismos que reniegan de España.    Es un clamor que haya nuevas elecciones generales, a ver si en el invierno bajo cero se vota igual que a cuarenta grados en verano. ¿Pedro y el lobo? El lobo es Pedro.