El gobierno en funciones siempre anda de Waterloo y no necesita disfrazarse en la madrugada de Todos los Santos, eso que ahora nos venden como Halloween. Con su facha cotidiana de zombis, vampiros, ogros, brujas y demás ralea, quieren volcarnos a su mundo de pesadilla donde todo el discurso es inmensa mentira. Carecen tanto de ética como estética y encima adolecen de una cursilería aberrante. Su espontaneidad es un fake total propio de una secta, no saben expresarse sin leer soporíferamente los folios redactados por algún chupatintas pseudointelectual, dan el beso de Judas a diestra y siniestra, despliegan sonrisas y abrazos con el kriss escondido a la espalda, subvencionan la lobotomía social y pactan con el demonio para mantenerse en el poder… ¿De qué va a disfrazarse la mentira con patas?

Pero no deja de ser curioso como la tradición sajona de Halloween arrasa entre la juventud latina, tan dada a la fiesta. Todo viene de una conmemoración celta, la noche de Sanheim, que simboliza el final del verano y el inicio de una etapa oscura en la que, tal y como aparece el espectral panorama político, lo mejor será invernar en buena compañía, sobre una piel de oso al pie de la chimenea y con una botella de coñac a mano.

Halloween sucede cuando los burrócratas nos quitan una hora de luz. Una medida absurda con la falsa excusa de ahorrar energía que en Baleares es claramente un atentado contra los débiles amagos de desestacionalización. En invierno nos quitan una hora de luz, para que oscurezca a las cinco de la tarde; en verano nos dan una más y el sol se pone a las diez de la noche. ¿Dónde está el sentido?