El protagonismo creciente de la Princesa de Asturias es un gustazo estético en estos tiempos de medio pelo político. En medio de tanta macarrada, malos modos, chabacanas salidas de tono, mentiras continuas, burrócratas forrados pero atrozmente vestidos, dieciocho mil aforados todavía no sabemos por qué salvo para burlar a la Justicia, etcétera, irrumpe en la escena del ruedo celtibérico una mujer de dieciocho años que mira de frente con ojazos luminosos y sonrisa generosa, con gracia y llaneza, y que muestra el empuje de una juventud ilusionante más allá de las pantallas virtuales que ahogan la espontaneidad y la imaginación.

Creo que su presencia brinda esperanza para España y que habrá muchos nuevos monárquicos por la magia de la estética. ¿Anacronismo? Mientras la monarquía sea útil, permanecerá. Y en estos tiempos políticamente histéricos orquestados por el felón monclovita, el ritmo monárquico sabe actuar sutilmente. Simboliza la unión de los diversos pueblos de España, su prodigioso mestizaje de sangres y culturas, su impresionante historia (de ahí la legión de hispanistas de todo el mundo) y siempre mucho arte y una manera característica de ver la vida.

En cualquier cumbre internacional la monarquía eclipsa fácilmente a la oportunista clase política que solo sabe actuar a cortoplazo. Y en España conectan mejor con el pueblo, pues son más humanos que los marcianos políticos. Naturalmente que tienen adversarios, no todos declarados, que buscan su desaparición por ideología, complejos o simple conveniencia. Estos andan ahora más inquietos, la princesa Leonor simboliza unos valores fundamentales para la convivencia de todos los españoles. Y la belleza, como decía Gabo, es la mejor carta de presentación que existe.