Cacarean mucho con eso de la generación mejor preparada de la historia, pero aparte de mucho bruto con master y tesis plagiada, algo tan básico y mundano como es la cultura general (también la cortesía y el sentido común) está en caída libre.
Por algo el Consejo de Europa advierte que España no estudia su historia; y señala que tal vez sea por la cantidad de nuevas leyes educativas que se inventa el gobierno de turno. Es algo chocante y muestra delirio educativo; también algo estúpido, pues nuestra historia es fascinante y ofrece claves mágicas para conocernos mejor.
Ernest Hemingway fue un verdadero enamorado de España y decía que tenemos la mejor gente del mundo y también la peor. Algo sabía. También opinaba, y estoy completamente de acuerdo, que antes que Nueva York o Londres prefería pasear por París o Venecia. El mundo latino atraía con fuerza a Papa y donde se sintió siempre más feliz fue en España y en Cuba. Cuestión de pasión y amor a la vida, de toros, mestizaje, rioja y ron, poética hispanidad.
Pero esto de ignorar la propia historia es algo así como un harakiri identitario. Ahora que los griegos reclaman a Inglaterra los frisos del Partenón, que el nuevo ministro de Cultura pretende trocear el Museo del Prado, ¿no podrían los ibicencos traerse de vuelta los tesoros púnicos que se llevó a Sitges ese pirata arqueológico que fue Santiago Rusiñol?
Por cierto que el pintor y escritor Rusiñol fue otra magnífica personalidad de una época intensa. Acuñó la célebre frase de «Me voy a por tabaco». Para consternación de su mujer, en vez de ir al estanco de las Ramblas se largó a por puros al parisino Saint Germain.