Como en los colegios el Congreso también debería prohibir los móviles a sus infantiles señorías. Tantas veces se les ha pillado haciendo caso omiso del soporífero discurso de turno, que ahora se restringen, con cierto tufo a censura, las fotos de sus paneles móviles o vídeos comprometidos que les ponen en evidencia. Salvo cuando Isabel R. Ayuso musita «me gusta la fruta» mientras Repelús Sánchez la increpa, claro está.
Creo que fue Celia Villalobos quien andaba jugando a una cosa llamada candy crush en pleno debate del estado de la nación, a diestra y siniestra rumorean que Tito Berni ojeaba las webs de sexo mercenario antes de votar hipócritamente en contra del oficio más viejo del mundo, también pillaron a Patxi López sudando cual laborioso maqueto para bajarse un juego digital con el nombre the croods, etcétera. Y muchos otros ven directamente porno o están más atentos a las redes sociales, que de sociales nada tienen, pues se quedan en vulgar voyerismo para onanistas mentales o cursos para mecánicos sadomasoquistas. Con tal generalizada praxis, me pregunto si la actual presidenta del congreso también se pierde en la villanía de los menesteres digitales. En su caso apostaría a que está atenta a la happy hour de su barra favorita para tomar un confinado gintonic.
Pero al contrario que en los colegios sus señorías tienen barra libre a cuatro años, se otorgan carta blanca a sí mismos y, aunque parezca increíble, cada vez son más oficialmente irresponsables en móvil o en persona. El telefonino es un apéndice perverso para perderse la realidad. Perderlo provoca ansiedad cual mono de droga dura. Por lo menos en los colegios aprenderán a jugar mejor, pues ser un yonqui del móvil es atrozmente aburrido.