No llores. Da igual que tu emoción sea grande o pequeña, positiva, dolorosa, emocional o fruto de un estímulo externo. No te muestres, no seas frágil ni vulnerable. Es tan femenino llorar, tan blando y molesto. No te pongas así, que me incomoda. No sé por qué las mujeres tenéis que blandir tantas veces esa arma.
No te alegres tanto, ni te rías tan alto. No gesticules. No cantes, no bailes, no grites, no abraces ni beses. No muestres alegría en exceso, ni tristeza, ira o temor. Una señorita no hace ruido al entrar en una sala, no busca ser el centro de atención ni cuenta todo de sí misma. Curte tu coraza, que no te vean, que no te sientan, que no te entiendan. Que no osen compartir tus sueños ni entender una sola de tus letras tras la portada. No dejes entrar a nadie dentro de tus vísceras. Sabes que eres imperfecta, frágil, insegura. Podría hacerte daño. No tuvo una flor más que una primavera.
Desconfía, ten miedo, camina con cuidado, mira siempre tras tu espalda.
Los amigos se cuentan con los dedos de una mano.
Los trapos sucios se limpian en casa, no airees tus penas.
Nadie quiere estar con una persona triste. Di siempre que todo está bien, aunque tu mentira sea tan grande y pese tanto que te cueste mantener la sonrisa. Tampoco te jactes de tus virtudes, ni celebres o compartas tus victorias, podrían pensar que no eres humilde y ese, ese es uno de tus grandes pecados.
No descanses, no seas tan ambiciosa, no disfrutes, no comas, no vivas…
Si lo piensas, esas voces vienen todas del mismo agujero: «no seas soberbia. No cultives la avaricia, ni la lujuria. No muestres tu ira. No te dejes arrastrar por la gula, ni por la envidia y entrega todo tu tiempo a los demás, porque si lo disfrutas, serás víctima de la pereza».
Hoy se nos caen las vendas y todas las lágrimas que llevábamos décadas encharcándonos el alma se derraman sin remedio. Esos gritos cesan, nuestra cabeza ya no reproduce la grabación de «noes» con los que la sociedad nos había programado porque, incluso quienes tuvimos la suerte de escuchar otras baladas en nuestras casas, en el fondo de nuestro condicionamiento, sentíamos que algo iba mal y que había un poso de locura en nuestras libertades.
Somos esa generación a la que educaron para ser «fuertes», sin saber que la fortaleza no se mide en silencios. Mi gente bonita es sensible y es ahí, precisamente, donde reside su poder. Es honesta, real y palpa el pulso a los que ama. Mi tribu, compuesta por más de diez apéndices, se levanta y se derrumba, compartiendo las trabas, las tormentas, las tempestades y también cada amanecer y cada logro.
Nosotros lloramos, mucho, siempre que lo necesitamos. Lo hacemos al amparo de esa película que nos deja destempladas las tripas, con cada embarazo de los nuestros o con cada nuevo trabajo. Nos permitimos mostrar sin temor nuestros ojos vidriosos cuando el cáncer se cuela en nuestras vidas y un abrazo de sal es la mejor de las medicinas, o cuando perdemos algo o a alguien sin terminar de entender del todo dónde irán o en qué rincón esconderemos sus mejores recuerdos.
Nosotros nos decimos «te quiero» sin temor a que nos abandonen por ello, porque darlo todo de ti no significa perderlo, sino generar el doble de amor y convertirse en dos, en tres o en infinitos. Llora, llora siempre que lo necesites o que un sentimiento te aflore para humedecerte por completo, que nadie se bañó nunca en un río seco y los manantiales cuando fluyen son más bellos.