Llorenç Córdoba en la Conferencia de Presidentes, este lunes. | miquel angel canellas serra

Cuando un hombre de la talla del fallecido expresidente del Consell de Ibiza y Formentera Antonio Marí Calbet se te pone delante, da igual que seas de derechas o de izquierdas, de morados o de azules, todo el mundo te respeta. El respeto se gana, no se impone. Su saber estar, sus dotes de mando, su férrea defensa de los intereses de Ibiza y Formentera incluso ante los suyos en Palma, le convirtieron en uno de los mejores presidentes que ha tenido la institución. Y me viene estos días a la cabeza la forma tan potente de hablar del señor Marí Calbet, sus ademanes, rudos a veces, cuando defendía sus convicciones. Su inteligencia    y su picardía. Y es muy triste que personas como él se vayan y que la vida pública se quede huérfana de cerebros prodigiosos que dedican parte de su existencia a luchar por el bien común y a mejorar la vida de todos, aunque sea solo un poquito.

Escuchar al señor Llorenç Córdoba estos días me ha provocado entre cabreo extremo y profunda tristeza. Su argumento de que fue a defender los intereses de Formentera le valieron en algún momento la comparación con el mismo Marí Calbet. Y eso es, simplemente, asqueroso, porque es exactamente lo opuesto en absolutamente todo. Córdoba pasará a la historia como el peor presidente de todas las instituciones de estas islas. Un sinvergüenza que admite que fue a pedir dinero «sí y ¿qué?, no es ilegal», «si le están pagando a chivatus y a moros por pasar información, no se lo van a dar a un diputado que está apoyando a la presidenta». Córdoba está desesperado, ahogado económicamente. Y una persona así no puede gestionar el dinero de nadie y menos un presupuesto público. Llorenç Córdoba no dimite porque no puede. Porque ya no le queda ni un gramo de dignidad, así que lo único que puede hacer, y que seguro hará, es pegarse a la silla con el convencimiento enajenado de que no ha hecho nada malo.