Todas las personas son engrandecidas por el amor. ¡Todo ser que alienta, alabe al Señor! Todas las criaturas han sido creadas por Dios y para Dios.
Ante las criaturas del mundo, podemos contemplar la belleza, la hermosura, y bondad del Creador. San Francisco de Asís, como todos los santos, poseía un gran amor a Jesucristo, y, a la ve, fue el gran amante de la naturaleza. A las florecillas del campo que zarandeaban por el viento, les decía: «calla, calla, ya sé que Dios me ama». El Señor Jesús enviado por el Padre hizo patente que Dios nos ama. Jesús murió por nosotros, por todos nosotros. Tanto amó Dios al mundo que nos envió a su Hijo para nuestra salvación eterna.» Cristo me amó y se entregó a la muerte por mí». Con nuestra vida cristiana cantemos con alegría y gratitud al Señor, Él 0es amor.
Dios es amor y el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él.
Ahora bien, si el ejemplo de Jesús y de los santos nos parece imposible de practicar, también en este mundo podemos reconocer personas que son o han sido verdaderamente santas. Personas que viven o han vivido entregando su vida y su persona por amar a sus semejantes. Todos hemos conocido almas llenas de amor a Dios y al prójimo, haciendo grandes sacrificios, sufriendo muchas angustias y penalidades. Hace tiempo conocí a una madre que quedó viuda-en acción de guerra-, con cuatro hijos pequeños, y que, con gran esfuerzo y entereza, pudo llevar adelante, gracias a la Divina Providencia, que nunca la abandonó. Como en otros y diferentes casos ha habido almas, actualmente también las hay, que son verdaderamente santos y santas que no figuren en el santoral, pero no hay duda de que son canonizables. Ante Dios todas esas personas, gozan eternamente de la gloria y la felicidad en el Cielo. Conocí hace tiempo, un joven, que teniendo todo lo que se puede tener en esta vida: riquezas, prestigio, un futuro envidiable y las comodidades que se pueden desear, dejó todos sus bienes y cambió su vida para servir, por amor, a enfermos acogidos en un centro psiquiátrico para ayudar a los enfermos mentales. El amor al prójimo es lo más meritorio y transcendente que podemos realizar. Si no tengo amor, dice San Pablo, no soy nada. Si amo a mis semejantes, soy un cristiano auténtico que ama a Cristo en la persona necesitada de afecto, compasión y cariño.
Hay cosas que solamente se pueden hacer por amor.