El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, preside el pleno extraordinario del Observatorio Estatal de Violencia sobre la Mujer, en el Complejo de La Moncloa, a 16 de abril de 2024, en Madrid (España). | Alberto Ortega - Europa Press

En la villa y corte Quevedo llamó coja a la reina con su «Entre claveles y rosas, su majestad escoja». En Asturias le han gritado a Sánchez: «¡Por siete votos, tienes el culo roto!». Entre el regocijo general y algún rasgado de vestiduras, comentaristas de diversa índole critican justamente la falta de respeto al presidente de España. Pero el respeto hay que ganárselo; y además: ¿respeta algo semejante oportunista?

El felón ha incrementado la política cainita de Zapatero porque le va bien la peligrosa tensión de que haya dos Españas deseosas de helarse el corazón. Sabemos que miente como el buey muge aunque sus cambios de opinión sean debidos a que es «otra persona», tal y como diagnosticó (¿multipolar?) su ex vice Calvo. Como la traición es una simple cuestión de fechas (frase del cínico cojo Talleyrand, que sabía jugar todas las cartas) hace exactamente lo que prometió no hacer; amnistía, blanquea y da alas y gobiernos a nacionalistas y terroristas; presume de ser lo más transparente de la historia mientras mantiene una opacidad digna de una república bananera (como las que asesora su mayor fan, zapatitos); jamás responde a las preguntas directas de la oposición, prefiere atacar o leer su propio mitin para la galería sanchista; sus ruedas de prensa son dignas de un oleoso sátrapa que solo admite masajes; se carga la igualdad ante la ley de españoles y rebaja la malversación (algo muy oportuno visto con quien se encama); reverencia al saudí y se hinca de rodillas ante el rey moro mientras vende a los saharauis…

Luego sale a la calle cachonda que todavía no se autocensura y le ponen verde. Algo rudo pero nada sorprendente ante un trepa que nada respeta.