A «Carraca» siempre le ha sorprendido que mis palabras preferidas en ibicenco sean «seny», «taronja» y «petiteta», por ese orden. Sant Joan de Labritja, el pueblo del que fuera alcalde durante más de dos décadas, es la cuna de mi escuálido catalán, que hablo en la intimidad y con sonrojo, y de cuyos pocos mimbres fue testigo Toni Marí Marí infinidad de veces, con una sonrisa circulándole en clave de ball pagès. Allí, en el mágico norte de la isla, aprendí muchas de las claves de mi profesión y se fraguaron mis más honestos afectos a las Pitiusas y es que, si este 2024 mi agencia, Imam Comunicación, cumple 20 años de trayectoria, fue precisamente él la primera persona en confiarme varios proyectos que cobraron vida entre sus bosques y núcleos urbanos, donde se instaló mi particular brújula. A su lado profundicé en comunicación institucional o protocolo, juntos dibujamos nuestros primeros planes de marketing y pintamos un camino dispuesto a demostrar que hay otra forma de atraer turismo, que no hay «sous» que valgan más que tu mayor patrimonio, tu entorno, y que la verdad será siempre nuestra mejor razón y hoja de ruta.
Estos días en los que se pone sobre la mesa la necesidad de regular la llegada de visitantes a nuestra isla, para que los residentes no sintamos que en vez de darnos de comer nos muerden, no he podido evitar evocarle y recuperar ese ‘seny’ que aprendí de él entre discursos y notas de prensa. Un término difícil de traducir y complejo de entender, pero que explica a la perfección el ingrediente secreto para lograr el equilibro en esta particular balanza entre acoger, recibir, respetar y proteger. El «seny» alude al saber estar, a la cordura o a la sensatez, pero va más allá, conlleva afrontar los hechos previstos o imprevistos midiendo nuestras acciones por parámetros no escritos que se basan en la armonía, el equilibrio y el sentido común, según resume el portal Asasve de difusión de la Cultura. Es como si nuestra media naranja o taronja, esa persona que nos escoge para disfrutar de sus vacaciones, en vez de visitarnos con amor nos consumiese sin piedad, pisoteando lo que nos hace bellos y únicos hasta convertir nuestra relación en algo tóxico y mezquino. Hacer turismo con «seny», a través de todos los valores que esa palabra acuña, supondría que su paso por nuestra casa fuese más un paseo que una carrera; conociendo, entendiendo, mimando y dejando una estela limpia al despedirse, en el sentido más literal y metafórico de la palabra.
Un territorio pequeñito, una isla petiteta, como la nuestra, necesita que se acaricie, que no se esquilme y que no se ahogue porque, como en el Principito, el secreto de un planeta feliz está en sentarse a ver atardecer y amanecer cada día al amparo de la más bella rosa y, si cortamos su tallo por celos, ambición o codicia, ya no habrá rayos que nos calienten ni espectáculo que nos emocione.
«Mestressa Eivissa, com ho faries amb la teva mitjana taronja, com s’aprecien les coses petitetas, amb seny i respecte». Porque el amor no sabe de golpes, no entiende que se le arroje basura ni que se le engañe o manosee. Cuando quieres algo o a alguien lo haces desde la delicadeza, la admiración, la generosidad y el aprecio honesto. Aprendes de sus verdades y vistes las tuyas.
Si aprendemos a destilar ese sentimiento, si enamoramos de verdad a quienes recibimos en nuestra casa, no tendremos que temer la respuesta de ese apego.
Tal vez tengamos que mirarnos y mirarlos mejor para que la cordura por fin reine en nuestro cielo.