En un país con forma de piel de toro y cuero de pandereta, donde Buñuel no hacía cine sino un esperpento de la realidad, Quevedo rimaba vergüenzas patrias y cualquier niñato puede engañar a los más avezados tecnócratas, las noticias sobre las andanzas del “pequeño Nicolás” nos provocan una sonrisa triste y vergonzosa ante tanta corrupción y miseria. Tal vez se deba a que no tenemos una identidad nacional seria, ni una clase política con clase, ni la capacidad de autocrítica para dejar de reírnos de nuestras vergüenzas y aprender a tapárnoslas con dignidad.

Estamos tan enfadados con todo y con todos que amenazamos con lanzarnos a los brazos de cualquiera que nos quiera un poco y bien, aunque no sepamos nada de su pasado, presente y futuro. Para castigarte me voy con otro, aunque el castigo mayor sea la inquina que me provoque. Porque el orgullo y la envidia son también defectos congénitos de esos que llevamos grabados en la sangre. Lo lamento pero no voy a engañarles, no sé qué me da más miedo, si conocer las intenciones de un partido, su programa electoral y su ideología, aunque luego no lo cumpla, o escuchar que millones de personas contemplar bailar al compás de una flauta que no sabemos a dónde nos llevará…

Lo que estamos viviendo en nuestro país, con idéntica reverberación en Ibiza, parece sacado de un guión del más puro cine español. Nuestro humor crítico, negro y grotesco, en el que la tragedia, a través de la exageración o la deformación de la realidad, provoca la risa sarcástica de los espectadores, se extrapola a las redes sociales o a los grupos de Whatsapp. ¿Se imaginan a Luis Buñuel, a Luis García Berlanga, a Marco Ferreri, a José Luis Cuerda, a Bigas Luna, a nuestro Antonio Isasi o a Álex de la Iglesia departiendo sobre un guión basado en un informativo cualquiera de esta semana?

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Piensen en “el pequeño Nicolás” ese extraño “mocito feliz pseudopijo” haciendo cameos en ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, Jamón, jamón o El Día de la Bestia, mientras los alcaldes, presidentes de diputaciones, consejeros, presidentes o tesoreros de grandes partidos protagonizan Entre Tinieblas, La Marrana o El pisito. En este particular cine fórum los ciudadanos se sentirían parte de los extras de Bienvenido, Mr. Marshal, los “yayoflautas” se convertirían en Justino, un asesino de la tercera edad y todos planearíamos juntos Crimen ferpecto. Eso sí, con un final feliz: la excomunión social de todos los que han pervertido y mangoneado nuestras arcas públicas, vengan de la cuna o el pajar que vengan.

Nos reímos, nos mofamos y lo que de verdad deberíamos hacer es llorar ante el drama de Una historia basada en hechos reales, que se parece demasiado a uno de esos largometrajes en los que silban los anuncios y los malos argumentos cada mediodía de 16,00 a 18,00 horas.

Yo les digo una cosa: a mí no me hace gracia. Al chavalito que ha usurpado otras identidades para lucrarse le deberíamos dar una medicina ejemplar, la misma que a la tonadillera que entre acto y acto acunó a un edil corrupto y prevaricador. A cada irresponsable político o sindical les deseo jugar en el mismo patio, pero además, exijo que se les confisquen todos los juguetes que nos han usurpado con malas artes y que no se les permita volver a ejercer jamás. Como postre deberían escuchar cada día Balada triste de trompeta, interpretada no por el gran Raphael, sino por Yurena, otrora Tamara la mala.

He de agregar que lo entiendo, no obstante. Entre tanto fantasma, lo de menos es lo que ha hecho el payaso, pero qué quieren que les diga, yo soy más de leer a escritores sarcásticos o de beberme el trabajo de nuestros mejores cineastas, cuando este se basa en sus propias historias y no en las nuestras. Lo que podamos ver en las salas en un futuro me aterra… bueno en las que nos queden vivas, porque, esa es otra, nos roban hasta el cine; hasta los sueños.
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