Hay noticias que jamás quisiéramos escribir. En la edición de hoy publicamos varias de ellas; pero tengo que reconocer que si hay una que me estremece de manera especial es la que habla del maltrato a los más débiles, a los que lo tienen más complicado para defenderse. El asedio, la burla, el ‘puteo’, la violencia verbal y física a los menores me revuelve las tripas.

Cuando las agresiones se producen entre iguales el drama adquiere unos matices especiales. El acoso a los niños y las niñas, ya sea en los centros educativos o en la calle, me parece una de las expresiones más aberrantes de la miseria humana, un síntoma inequívoco de lo mucho que nos queda por evolucionar. Las causas pueden ser muchas, a cual más incomprensible.

He visto - o he tenido conocimiento - de casos de violencia entre menores porque la víctima pesaba más de lo ‘normal’, porque llevaba gafas, porque era demasiado lista, porque su cara no cumplía con los cánones de belleza, porque su ropa no era del agrado de la turba... Ayer la Asociación contra el Acoso Escolar denunció un nuevo episodio de violencia callejera, el de un chaval que recibió una paliza a manos de dos adultos y otros diez menores.

No se trata de apuntar a nadie, pero desde los padres a los docentes, pasando por los periodistas o por aquellos que tienen la desgracia de ser testigos de estos hechos tienen, tenemos, parte de responsabilidad. La denuncia es fundamental, pero la prevención lo es aun más. De los valores que entre todos transmitamos a nuestros hijos, amigos o alumnos depende en buena medida que ese tipo de maltrato -y muchos otros que se dan en nuestra sociedad- sea residual, y ahora, por desgracia, no lo es.