Seguimos en este articulo comentando la tercera encíclica del papa Francisco titulada Laudato si. Es un hermoso e interesante, comprometedor y valiente texto, deseando darla a conocer y de ese modo animar a la lectura del texto íntegro de la encíclica. Ninguna opinión podrá sustituir la riqueza de acudir y acoger ese texto que ayudará a todos a un comportamiento más responsable y más sensible con todos los elementos de la casa que Dios ha regalado a la humanidad. Algunos, por los comentarios que he recibido, ya lo han hecho, por ejemplo utilizando las diversas páginas de Internet que la reproducen. Por parte del Obispado, la tenemos a vuestra disposición en edición escrita en la portería de la Curia diocesana, en el segundo piso de la Casa de la Iglesia, para ayudaros a participar y acoger las enseñanzas del Santo Padre, siendo así conscientes de que la Iglesia que nos ama como madre y nos enseña como una buena maestra.

El contenido de la encíclica se centra en la preocupación por el cuidado y la conservación de toda la creación que Dios ha puesto en manos del ser humano a quien el Papa pide responsabilidad y respeto para tratarla. Está dividida en seis capítulos con títulos muy sugerentes y con diversos apartados que despliegan la perenne tradición de la Iglesia y los avances científicos de la actualidad, los contenidos básicos y las actitudes que el ser humano debe mantener con la naturaleza, las consecuencias de la fe y de la moral católica y la vinculación a otras tradiciones religiosas.

Es importante acoger esas enseñanzas, evitando así el daño que hacemos a la naturaleza por el uso irresponsable y el abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Es una responsabilidad de todos, de todos sin excepción. Y así nos lo van recordando los papas. San Juan XXIII decía en la Pacem in terris que no basta rechazar una guerra, sino que hay que tener propuestas de paz, y eso no sólo par los católicos, sino ha de ser un compromiso de todas las personas de buena voluntad. Así, las enseñanzas que buscan el bien de todos, pueden y deben ser acogidas por todos.

En 1971, el beato papa Pablo VI se refirió a la problemática ecológica, presentándola como una crisis, que es «una consecuencia dramática» de la actividad descontrolada del ser humano: «Debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, [el ser humano] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación ».También habló a la FAO sobre la posibilidad de una «catástrofe ecológica bajo el efecto de la explosión de la civilización industrial», subrayando la «urgencia y la necesidad de un cambio radical en el comportamiento de la humanidad», porque «los progresos científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes, el crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados por un auténtico progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el hombre».

San Juan Pablo II se ocupó de este tema con un interés cada vez mayor. En su primera encíclica, advirtió que el ser humano parece «no percibir otros significados de su ambiente natural, sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y consumo». Sucesivamente llamó a una conversión ecológica global, teniendo en cuenta que cuidar y mejorar el mundo supone cambios profundos en «los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad». El auténtico desarrollo humano posee un carácter moral y supone el pleno respeto a la persona humana, pero también debe prestar atención al mundo natural y «tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado».

Después Benedicto XVI renovó la invitación a «eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la economía mundial y corregir los modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente». Recordó que el mundo no puede ser analizado sólo aislando uno de sus aspectos, porque «el libro de la naturaleza es uno e indivisible», e incluye el ambiente, la vida, la sexualidad, la familia, las relaciones sociales, etc. Por consiguiente, «la degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia humana». El papa Benedicto nos propuso reconocer que el ambiente natural está lleno de heridas producidas por nuestro comportamiento irresponsable. Con paternal preocupación, nos invitó a tomar conciencia de que la creación se ve perjudicada «donde nosotros mismos somos las últimas instancias, donde el conjunto es simplemente una propiedad nuestra y el consumo es sólo para nosotros mismos. El derroche de la creación comienza donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que sólo nos vemos a nosotros mismos».

Hermosa doctrina de los papas para promover un facilitar un diálogo común, de todos, para tener, conservar y disfrutar de un mundo mejor.