El domingo anterior el Evangelio nos hablaba de la misión confiada por Jesús a los Apóstoles. Hoy, el Evangelio presenta la imagen del pastor y sus ovejas. El Señor les dice a sus amados discípulos: «Venid vosotros solos a un lugar apartado, y descansad un poco».

Jesús ha hecho planes para descansar algún tiempo, junto con sus discípulos, de los intensos trabajos apostólicos, pero no puede llevarlos a cabo por la presencia de la ingente multitud que acude a Él, ávida de escuchar sus palabras. Jesucristo no sólo no se enfada con ellos, sino que siente compasión al ver la necesidad espiritual que tienen. El Señor se llena de ternura, porque estaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles. Dice el profeta Oseas: «Se muere mi pueblo por falta de doctrina».

Los oyentes de Jesús necesitan instrucción y esta necesidad el Señor la quiere subsanar por medio de la predicación. Cada cristiano debe aprovechar los medios de formación que la Iglesia le ofrece. En la actualidad hay mucha ignorancia religiosa. A veces porque no se predica debidamente la palabra de Dios. Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen, dice Jesús. Para muchas personas la única palabra de Dios que escuchan es en la misa dominical; pero si no participan en la misa de los domingos, ¿cómo pueden alimentarse con el Pan de la palabra de Dios?. No es suficiente asistir a la misa dominical, pero el verdadero cristiano, si no tiene una imposibilidad, no omite la santa misa del domingo.

El hombre y el dolor conmueven al corazón de Jesús, pero sobre todo le conmueve la ignorancia vencible. Es el apóstol Santiago quien nos habla de la coherencia en la fe, frente a las apariencias. ¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento diario, y uno de vosotros les dice: «Id en paz, abrigaos y saciaos», pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿ de que sirve? Así es también la fe, sino tiene obras, está muerta por dentro. ( St. 2, 14-18)