Seguimos en este artículo comentando la segunda encíclica del papa Francisco que, como sabéis, está titulada Laudato si y que con estos artículos deseo que sea conocida por todos y puesta en práctica para fomentar el cuidado y la conservación de toda la creación que Dios ha puesto en manos del ser humano a quien el Papa pide responsabilidad y respeto para tratarla. Para ayudaros a ello, sabéis que, por parte del Obispado, la tenemos a vuestra disposición en edición escrita en la portería de la Curia diocesana, en el segundo piso de la Casa de la Iglesia, para ayudaros a leerla y conociéndola, acoger esas enseñanzas del Santo Padre.

En las primeras páginas de este hermoso texto, el papa Francisco nos pone como modelo o ejemplo a seguir a San Francisco de Asís. Debemos imitar la virtud heroica de los santos. Ellos nos enseñan vivir en el mundo no de cualquier manera, sino acogiendo e interpretando el Evangelio, la buena noticia que nos da Dios, evitando así acomodarlo a nuestra mediocridad y a las desviaciones de la cultura.

Los santos son maestros de tantas cosas para cada uno de nosotros. Así, la figura de San Francisco de Asís nos es presentada por el Papa como quien, movido por la palabra de Dios, nos propone reconocer la naturaleza como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su bondad: «A través de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se conoce por analogía al autor» (Sb 13,5), y «su eterna potencia y divinidad se hacen visibles para la inteligencia a través de sus obras desde la creación del mundo» (Rm 1,20). San Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad.

Él manifestó una atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios, con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior.

Su testimonio nos muestra también que una ecología integral requiere apertura hacia categorías que trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la biología y nos conectan con la esencia de lo humano. Así como sucede cuando nos enamoramos de una persona, cada vez que él miraba el sol, la luna o los más pequeños animales, su reacción era cantar, incorporando en su alabanza a las demás criaturas. Él entraba en comunicación con todo lo creado, y hasta predicaba a las flores «invitándolas a alabar al Señor, como si gozaran del don de la razón». Se sentía llamado a cuidar todo lo que existe. Su discípulo San Buenaventura decía de él que, «lleno de la mayor ternura al considerar el origen común de todas las cosas, daba a todas las criaturas, por más despreciables que parecieran, el dulce nombre de hermanas».

Un santo, pues, nos enseña lo que hay que hacer con la naturaleza. Con su ejemplo y sus enseñanzas podremos tener una respuesta al interrogante ‘¿qué tipo de mundo queremos dejar a quienes nos suceden , a los niños que están creciendo’. Que con el ejemplo de San Francisco y las enseñanzas del papa Francisco procuremos todos un mundo mejor, un modo que sea casa de todos, sin excluir a nadie y un mundo tan cuidado y organizado que todos se encuentren bien. Así lo creó Dios y nos lo entregó; ahí está nuestro compromiso y nuestra responsabilidad.