El pasado fin de semana tuve la oportunidad de conocer una ciudad que no suele acaparar demasiadas portadas en la prensa nacional. Logroño celebraba las fiestas de San Mateo, con las que festeja el fin de la vendimia. ¿Conocen el chupinazo de las fiestas de San Fermín en Pamplona? Pues en la capital de La Rioja llevan a cabo la misma acción en la plaza de su ayuntamiento diseñado por el arquitecto Rafael Moneo, con miles de personas en estado de embriaguez y con el vino y la música del deejay y productor Carlos Jean (desconozco si con o sin USB) como grandes protagonistas. Si una celebración de tal calibre se hubiera llevado a cabo en, por ejemplo, s’Alamera de Vila, estoy seguro de que la porquería todavía seguiría acumulada por los rincones de nuestro paseo más emblemático. Sin embargo, dos horas después de que Jean desenchufara sus platos de mezclas (o su USB) en aquella plaza uno podría haber comido en el suelo de lo limpia que estaba.
Y lo mismo puedo decir de las demás calles y jardines de la ciudad. Daba gusto pasear por ellas, incluso por la del Laurel, que es donde deben dirigirse si quieren degustar los mejores pinchos de Logroño. Intenté, sin suerte, averiguar qué secreto esconden los logroñeses para tener una de las urbes más limpias que he conocido, pero sólo pude apreciar que son un tipo de gente normal y corriente, a diferencia de las personas que viven en Vila y otras zonas de la isla de Eivissa. A quienes no les parece importar un pimiento que el suelo que pisan esté hecho una porquería y tengan que llevar a cabo una prueba de salto de obstáculos cada vez que salen a la calle. Por cierto, en Logroño también había perros, pero sus dueños no son unos sinvergüenzas como muchos de los de aquí.