Esta legislatura tiene una diferencia sobre las demás. En 2014 apareció Podemos y de la noche a la mañana se convirtió en la fuerza emergente que irrumpió en las instituciones. Gente corriente, como dicen ellos, tenía que hacer una nueva política, cambiar las instituciones, hacer olvidar las viejas prácticas de los dirigentes políticos, especialmente los de PP y PSOE. El mensaje era atractivo, pero en poco más de cien días se han visto pocos síntomas de la nueva política. Es política a secas, en ocasiones mejor y en otras, peor. La peor, sin duda, intentar hacer creer que esta «gente corriente» era mejor que el resto de políticos de siempre. La mejor, que se esfuerzan en hacer las cosas bien, pero en muchas ocasiones no basta. En poco más de cien días hemos vivido episodios bastante criticables, como la presidenta del Parlament, Xelo Huertas, que intentó hacer una pregunta de control al Govern y al mismo tiempo reclamaba más dinero a su partido para comprarse ropa. O los nombramientos de familiares de dirigentes de Podemos mientras acusaban al PSOE de hacer lo propio en el Govern. O que en Eivissa toda una vicepresidenta, que se siente perseguida, se meta ella solita en charcos a través de las redes sociales. O que otra directora insular insinúe a altos cargos del PP que han cobrado sobres. O que hayan destituido a una directora insular, supuestamente por no dar la talla, y que aún esperemos una explicación convincente a la altura de los que, además, han creado un departamento de transparencia. O que un conseller haya desoido las reivindicaciones de los estudiantes de la UNED, la «gente corriente». Por eso, y por otros ejemplos más, las encuestas empiezan a castigar a Podemos. La nueva política no era más que un espejismo. Está todo inventado.