Cataluña ya ha aprobado su propuesta en favor de la constitución de un estado. Nadie pensaba que llegarían tan lejos pero tras el resultado de las pasadas elecciones autonómicas ha pesado más el número de diputados de los partidos a favor de la independencia que el de las formaciones que abogan por seguir igual, dentro del Estado español. Lo llaman desconexión. No es para aguar la fiesta a nadie pero el Estado catalán no llegará a constituirse. Estos procesos nunca triunfan sin un ejército y una guerra detrás. Podríamos dar muchos ejemplos, pero Cataluña nunca se independizará de España sin ganar una guerra. La declaración será anulada por el Tribunal Constitucional y comenzará un proceso legal que a nadie le extrañe que acabe con la inhabilitación de la presidenta del Parlament catalán. Lo de suspender parte de la autonomía catalana, como animan desde algunos medios nacionales, podría ser un error garrafal. Porque, al margen de declaraciones que tienen posibilidades de convertirse en realidad o no, el problema seguirá ahí. Habría que preguntarse el motivo por el cual una parte importante de catalanes, da igual si son el 50 por ciento o el 45 por ciento, no quieren formar parte de un Estado en el que llevan cientos de años. Habría que preguntarse también el motivo por el cual miles de personas que no tienen ninguna vinculación con Cataluña aplauden el proceso, lo empujan desde fuera, sin saber muy bien las consecuencias que traería el triunfo del independentismo, ni qué pasaría con aquellos catalanes que viven fuera de Cataluña. Y en el Parlament balear gana el ‘no’ en una votación sobre la unidad de España. El PSOE vuelve al recurso del federalismo para oponerse como si una España federal no fuese, al fin y al cabo, España. De verdad que se ha perdido bastante el sentido común.