Un puerto da vida a una ciudad. Recuerdo que cuando se celebraron las Olimpiadas de Barcelona los barceloneses destacaban que la ciudad se había abierto al mar a través de la ciudad olímpica, con inversiones que embellecían toda la fachada marítima de la capital catalana. Imagino que Vila siempre ha vivido de cara al mar, igual que Palma, y que los ibicencos han disfrutado de su belleza. Pero lamentablemente el puerto de la ciudad está ahora mismo muerto, sin vida, a la espera de que lleguen los meses de verano para volver a tener una actividad frenética y, en ocasiones, enloquecida. La mayor parte de los negocios están ahora cerrados, esperando meses mejores, más gente paseando. Los negocios del puerto han pedido ayuda. Han solicitado que, sencillamente, se levante la barrera que da acceso al puerto para que los ciudadanos puedan acceder con sus vehículos. La administración competente es intransigente. No levantarán la barrera. Ojalá que el tema de la barrera fuese suficiente para solventar el problema, pero es una pena que no haya negocios que se tomen en serio que a los residentes no se les puede dar el mismo producto que ingieren los turistas en los meses de junio, julio y agosto y se levantan tan contentos. Que hay que mejorar la calidad, que los ibicencos saben distinguir perfectamente lo bueno de lo malo. Que no solo es cuestión de una barrera, pero sí es cierto que para que haya actividad hay que dar facilidades a los ciudadanos. Si se tomasen un par de medidas, que nadie dude de que el puerto tendría más vida en invierno. Que sería la envidia del Mediterráneo y sin necesidad de hacer grandes transformaciones sino ligeros cambios para acercar a los ciudadanos al puerto. Deberían tomárselo en serio.