'Ibiza, all islands in one'. Así rezaba el eslogan del denostado plan de marketing 2005-2010 por el sector turístico de la isla diez años atrás. Un lema que explicaba cómo segmentos muy distintos de turistas –familias, deportistas, náuticos, de congresos o discotequeros– conviven en cierta armonía en un mismo sitio dándole a Eivissa un carácter único. Pues bien, las promotores de nuestras bondades turísticas a lo largo y ancho del globo terráqueo podrán incluir a este paso una nueva categoría de potenciales turistas: los saqueadores. Y es que, visto lo visto, nuestra isla es el lugar idóneo para desempeñar el lucroso oficio de la sustracción de bienes al prójimo. Aquí, si uno es amigo de lo ajeno y tiene buen ojo al elegir vivienda, en menos de dos horas (que al parecer es lo que las fuerzas del orden tardan en acudir ante una llamada de socorro) puedes llevarte una emprendada, un televisor de plasma, todo el dinero que encuentres por en medio y los objetos informáticos que quieras. Y si todavía te sobra tiempo, hasta le puedes dar dos sopapos al dueño para liberar tensiones. Fuera coñas: la que se puede liar en Eivissa si las administraciones no toman cartas en el asunto seriamente puede ser de aúpa. Hasta no hace mucho tiempo, los ibicencos eran capaces de defender lo suyo (o lo que creían que les pertenecía) sin necesidad de depender de ninguna policía. Por suerte, los habitantes de esta isla perdieron la costumbre de ir armado y los cotxorrillos y las cutxilles pasaron a formar parte de las colecciones de los museos de etnografía. Y allí deben seguir, pero la Administración del Estado debe poner todo de su parte para solucionar un problema que tiene preocupados a todos los habitantes del campo ibicenco.