Victoria Prego, actual presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid, afirmó en su obra “Presidentes” que en España no somos monárquicos sino «juancarlistas». En esta fiel y desencarnada descripción de los que fueran nuestros primeros mandatarios desde la Transición hasta esta pseudodemocracia en la que vivimos, la Prego transmitía una admiración nada velada por Adolfo Suárez, cuya memoria cobró protagonismo el pasado martes en la «no investidura de Pedro Sánchez». Precisamente este debate, que fue más un “ataque” que transcurrió entre picos, puños alzados, metáforas, alegorías y pataleos de gallinero de unos y otros, quitó protagonismo al yernísimo del Rey emérito, quien a la vez comparecía en nuestra isla vecina con cara de pena para convencer al juez de su inocencia. Una amnesia repentina le hizo olvidar empleados fantasma, comisiones, reuniones o emails. Eso sí, afirmó que su «señora» no tenía constancia de nada de lo que hubiera hecho y que su suegro tampoco. Imagino al Rey emérito mirando en su salón, rodeado de piezas de caza, a ese hombre de mechón blanco cuyo único mérito fue dar braguetazo tras braguetazo tras enamorar hasta la brujería a la niña de los ojos del Borbón y más tarde a Matas y compañía. Claro, porque entre las parjas no se habla de esas cosas, «¿Cómo hemos pagado este palacete, su reforma o estos maravillosos viajes, cariño? No me preguntes por nimiedades Cristina, que teniendo cuatro hijos y viéndonos tan poco hay temas más importantes de los que hablar, como por ejemplo: ¿quieres hacer un curso de coach por 6.672,50 euros, cielo?».

Supongo que las conversaciones entre el deportista y medallista de oro y la doble titulada princesa no debían abordar los entresijos de los proyectos de Nóos o de las tarjetas que usaban de Aizoon, la sociedad que compartían al 50 por ciento. A pesar de que esas entidades abonasen facturas en peluquerías, tiendas de ropa o animación infantil, 15.797 euros en un viaje de un safari a África, 1.357 euros en vino y otros tantos en libros de Harry Potter, cómo se sufragaban estas necesidades básicas parecía simples trucos de magia.

Urdangarín aseguraba, mientras Pablo Iglesias mentaba la afición de Felipe González por la cal y los Casos Gal, el presidente en funciones, Mariano Rajoy, tenía un lapsus asegurando que su gobierno había hecho las cosas mal, no como el anterior, y Albert Rivera hacía uso de su impecable catalán, que tal vez su mujer se hubiese confundido de VISA al pagar en algunas ocasiones y titubeaba al responder si estas compras las hizo él personalmente o si fueron electrónicas sabe Dios porqué otras manos. Querido Urdangarín, exduque, exnombre de una calle, exyernísimo, expersonagrataennuestrasislas, todavía quedamos unos cuantos pardillos que nos creímos aquello de “Hacienda somos todos”, y que creemos que ese eslogan fue mucho más que un anuncio de televisión. Por eso le ruego que, ya que nos tomó por tontos en un pasado, recapacite y deje de hacerlo de nuevo, ya que nos está indigestando el menú de mediodía ante los informativos de turno.

El pobre consorte sí que comentaba a su esposa aquellos casos en los que contemplaba comprar un piso en Palma o en Terrasa, pero asevera que la compra la hacía él sin saber nunca ni ser consciente de que lo que hacía no fuera lo correcto. Sin palabras y sin tomar postre nos deja el ex jugador de balonmano. Una mudez similar a la de la noticia siguiente en la que escuchamos cómo Pablo Iglesias sacaba los colores a un Pedro Sánchez con el que en teoría aspira a algo más que pactar: imponer, achantar y manejar. Y mientras los espectadores de esta España de pandereta, digna de película de Garci y propia de un mal sueño, vemos cómo es el desgobierno que nos gobierna sin tregua.

Todo en una semana en la que Otegui y la Pantoja han salido de la cárcel, con groupies de apoyo incluidos, Kiko Rivera se ha estrenado como Youtuber aprendiendo a torear con sus guapísimos hermanos (¡qué caprichosos son los genes!) y en la que las cabras parece que ya descansan en paz en la mágica Es Vedrà, al menos de la opinión pública.

En fin, señores, que como comenzaba el artículo, decía la Prego que en España no éramos monárquicos, sino ‘juancarlistas’, aunque tal vez, viendo lo visto, lo que parece que somos es «gilipollas».