El Evangelio de este domingo nos habla de la parábola del buen samaritano.

Cuando el doctor de la Ley pregunta a Jesucristo, Maestro, ¿ qué debo hacer para conseguir la vida eterna?. El Señor le contestó : ¿ Qué está escrito en la Ley?. Éste le respondió:» Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y a tu prójimo como a ti mismo". Estos dos mandamientos constituyen el doble precepto de la caridad. El Señor enseña que el camino para alcanzar la vida eterna consiste en el cumplimiento fiel de la Ley de Dios. Los Diez Mandamientos, que entregó Dios a Moisés en el Monte Sinaí ( Ex.20, 1-17), son la expresión concreta y clara de la Ley natural. Por esta razón toda criatura racional deberá practicar los 10 Mandamientos. La Ley natural no puede cambiar, ni pasar de moda, ya que no depende de la voluntad del hombre ni de las circunstancias cambiantes de los tiempos. La Ley de Dios no es algo negativo, sino algo claramente positivo; es amor. No consiste sólo en no pecar, sino en amar. Amar a Dios es practicar lo que haremos durante toda la eternidad. Por cielo se entiende el estado de felicidad suprema y definitiva ( Cat. de la I. Católica nº 209). En la entrañable parábola del buen samaritano, el Señor da una explicación concreta de quien es el prójimo y de cómo hay que vivir la caridad con él, aunque sea nuestro enemigo.

Cualquier persona que está cerca de nosotros, sea quien sea y necesite de nuestra ayuda. Teniendo misericordia con él, compadeciéndonos de su necesidad espiritual o corporal. Nuestro amor al prójimo no puede quedarse en solo sentimiento. La misma compasión y amor de Jesucristo, el Buen Samaritano, hemos de sentir los cristianos. No pasar nunca de largo ante las necesidades ajenas. Nuestra concreción del amor al prójimo lo ponemos en práctica con las 14 Obras de Misericordia