Hay conceptos que ejercen una irresistible fascinación y otros que suscitan un rechazo visceral; el de la guerra es uno de los últimos; el simplista «No a la guerra» olvida lo que en «De Re Militari» avisó el clásico al recomendar preparar la guerra quienes anhelan la paz ( «si vis pacem para bellum»). Ejemplo de los primeros es el de igualdad, hasta el punto de que pocos son, en nuestros días, los que tienen el valor de cuestionarlo; sin embargo, ya previno Tocqueville contra «ese gusto depravado por la igualdad que lleva a los débiles a querer rebajar a su nivel a los fuertes y conduce a los hombres a preferir la igualdad en la servidumbre a la desigualdad en libertad».

Si se analiza con detenimiento, se constata que no hay sociedades más igualitarias que las primitivas, las que apenas gozan de un nivel de subsistencia, aquellas en las que la penuria está equitativamente repartida por igual; en las más desarrolladas, la igualdad forzada de sus miembros es, por el contrario, un formidable obstáculo al progreso de todos por igual, ricos y pobres, fuertes y débiles, favorecidos y desfavorecidos, por mucho que quiera sostenerse lo contrario. ¿Acaso es mejor una sociedad donde todos son igualmente pobres a una sociedad donde todos son desigualmente ricos y a nadie le falte nada?

Ortega afirmó que «Bajo toda la vida contemporánea late una injusticia profunda e irritante: el falso supuesto de la igualdad real entre los hombres.» Y es que para tratar de igualar a los miembros desiguales de una sociedad se ha de recurrir necesariamente a la violencia sistemática para suprimir la manifestación de las diferencias que los caracterizan. Lo explicó Nietzsche: «El socialismo es el fantástico hermano menor del decrépito despotismo al que pretende suceder. Sus esfuerzos son, por lo tanto, profundamente reaccionarios, pues desea tal poder estatal como sólo el despotismo poseyó.»

Las sociedades que relegan la libertad en favor de la igualdad enteran en una deriva que, a la larga, las empobrece más que las que apuestan por la libertad.

«Quien reclama igualdad de oportunidades acaba exigiendo que se penalice al bien dotado», sentenció Nicolás Gómez Dávila. Por eso pienso que Ramón Llull dio en el clavo al escribir en el «Llibre de mil proverbis «si no puedes poner paz por la igualdad, ponla por la proporción».