Un año más, confiando en la ayuda de Dios, que nos quiere y apoya, el próximo fin de semana, acercándonos a la fiesta de San Jose, celebraremos, una ocasión en la que tenemos que aumentar nuestro compromiso a fomentar que entre los jóvenes de nuestra Diócesis de Ibiza y Formentera que reciben la llamada del Señor para ser sacerdotes, que los hay, respondan alegres y sinceros a ese proyecto de Dios, y así, les ayudamos y apoyamos en su formación, y a la vez animamos a los otros jóvenes a que estén dispuestos a escuchar esa buena llamada divina.

En esta ocasión tenemos la suerte y la alegría de tener en este momento tres jóvenes de aquí en el seminario, estudiando y llevando una vida correcta para con una buena preparación ser un día sacerdotes que sirvan a favor de las personas de nuestras Islas para que conociendo la Palabra de Dios, la pongan en práctica, y así tengan fe, esperanza y caridad.

Y junto a la ayuda, pues, que daremos a estos buenos seminaristas, hemos de fomentar y animar que hayan más, que sean más numerosos los seminaristas para que no falte en nuestra Diócesis el sacerdocio que hace tanto servicio y ayuda a los demás.

Ser sacerdote es algo bueno para quien lo es y para los que sirve. Los sacerdotes son, en efecto, enviados a reconciliar porque son ministros de la Misericordia de Dios en el nombre de Cristo Jesús. Dios, que es amor, ama siempre sin dejar nunca de amar: Dios es siempre fiel a su amor y en consecuencia quiere hacer llegar ese amor. Y un vehículo por donde llega ese amor es la buena y eficaz actividad de los sacerdotes. El hecho de que existan sacerdotes fue deseo expreso de Cristo quien, una vez ascendido al cielo, quiso perpetuar su presencia y su misión en los apóstoles y en sus sucesores, los Obispos, y en aquellos que participan del ministerio apostólico: los sacerdotes.

Hemos de poner especial hincapié para que haya oración de nuestros niños y jóvenes, porque en la oración se da el encuentro con Cristo, que es quien llama a su corazón para hacerlos participes de la vocación sacerdotal al servicio de la Iglesia y de toda la humanidad. Además toda nuestra Iglesia debe acoger cada día la invitación persuasiva de Jesús de orar por las vocaciones.

Él nos pide que roguemos «al dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt. 9, 3 8). Obedeciendo al mandato de Cristo, la Iglesia hace, antes que nada, una humilde profesión de fe, pues al rogar por las vocaciones, reconoce que son un don de Dios y, como tal, hay que pedirlo con súplica incesante y confiada.

Es necesaria una predicación directa sobre el misterio de la vocación en la Iglesia, sobre el valor del sacerdocio y sobre su urgente necesidad para el pueblo de Dios.

Una catequesis orgánica y difundida a todos los niveles en la Iglesia, además de disipar dudas sobre la vocación sacerdotal, abre los corazones de los creyentes a la espera del don y crea condiciones favorables para el nacimiento de nuevas vocaciones.

Ha llegado el tiempo de hablar y trabajar valientemente de las vocaciones al sacerdocio, como de un valor inestimable y una forma espléndida y privilegiada de vida cristiana. Conscientes de que cada uno tiene una vocación en la Iglesia, hemos de proponer a cada niño y joven que se plantee personalmente cuál es su vocación y si Jesús le llama al sacerdocio, ofreciéndoles formar parte de grupos vocacionales a crear en las parroquias, a participar en las actividades que organiza el Seminario para monaguillos o en el Seminario en familia, o a ingresar en nuestro Seminario Menor o Mayor, si han descubierto que Jesús les llama al sacerdocio.

Oremos pues en el Día del Seminario para que Dios nos siga enviando nuevas vocaciones al ministerio sacerdotal, de modo que nunca nos falten ministros de su misericordia. Las vocaciones al sacerdocio ordenado es una cuestión que nos afecta a todos cuantos formamos la comunidad diocesana. Y esto pasa por la oración por las vocaciones, por su promoción, acogida y apoyo. Y esto pide también nuestro afecto y compromiso real hacia los Seminarios, donde se forman los futuros servidores de la reconciliación.