En un país que encontró cierto sosiego durante la Transición pero que varias generaciones de políticos aprovechados, algunos de ellos chorizos y otros estultos, han cainizado hasta el non plus ultra, creo que una solución salomónica sería que la momia de Lenin venga a España y la ponemos en el Valle de los Caídos, con lo que ganaríamos en colas turísticas y recoger lo que queda del Generalísimo y mandarlo a la plaza Roja de Moscú también a modo de reclamo turístico. De esta forma tendríamos un rojo enterrado en el Valle de los Caídos y un dictador de derecha enterrado en el mausoleo de Lenin, o tendríamos a un dictador de izquierda enterrado en Madrid y a un dictador de derecha enterrado en Rusia, de esta forma la derecha española más cavernosa podría peregrinar a Moscú y Pablo Iglesias podría ir al Valle de los Caídos a ver a Lenin, además no le pillaría lejos de su mansión de Galapagar. El 21 de enero de 1924 el líder del materialismo se va, contra pronóstico, al otro mundo. Si bien Lenin intentó en los últimos momentos, sobre todo en su testamento, acabar con el poder de Stalin, el georgiano, que se nombró su heredero, decidió mitificarlo (además, Ilich Uliánov había indicado claramente que no deseaba ser inmortalizado). Desde 1991 el seudoformol o las pócimas para conservar lo que queda del cuerpo de Lenin las pagaban inversores privados (o sea, empresarios, ¡da vueltas la vida!) y el Fondo Mausoleo Lenin. Actualmente las paga el gobierno ruso que destina unos 200.000 euros anuales para perpetuar la momia de Vladímir. En Rusia de tanto en tanto surge el debate sobre si hay que enterrar o no a Lenin y olvidarse del mausoleo que es obra maestra de la arquitectura constructivista.