Estamos rodeados de catedráticos, me refiero a toda esa panda del lenguaje inclusivo que son capaces de cargarse la Cultura entera porque su estulticia es de armas tomar. Hace unos días ese fenómeno que es El Echenique nos daba una lección de Historia y semiótica impresionante sobre el significado del Guernica, sabía del cuadro más que Picasso y conseguía relacionarlo con la Corona, ¡ahí es nada!, Eche. Hará unos meses, la académica Irene Montero, se ponía el mundo por Montera, y corregía a la Real Academia cargándose el genérico, que es algo que supone una gran economía para el lenguaje, porque ella lo considera una reverberación del machismo (que no del machismo-leninismo). Lo mismo nos corrigen a Picasso que a Cervantes, como si la cultura, ese poso acumulado durante milenios se pudiera cambiar porque nos vienen cuatro listillos y nos quieren imponer a lo Maduro su visión del mundo y sus exiguos conocimientos. Recuerdo que hace poco me encontré a mi amigo Monedero en la puerta del Congreso, estaba encendiendo la vespa, y le espeté: «oye, Monedero, esto de ellos, ellas, todos, todas, toditas… pues no te parece que es engorro y que nunca vamos a poder llegar al grano de lo que se quiere decir y va a ser todo paja o [en vuestro caso] pajas». Me dijo que yo era carca y que tenía que adaptarme a los nuevos tiempos. Ya pulgoso, le dije que sí, que yo era antiguo porque en temas lingüísticos seguía a Cervantes y a Quevedo. Pero hete aquí que nos sale ahora la ministra Calvo y nos cuenta que hay que meter el lenguaje inclusivo en la Constitución que es machista (pese a ser el principio de Igualdad su epicentro jurídico): pues Constitución y Constituciona, señorías y señoríos y así ad líbitum.