Llámeme agorero, pero la cosa no pinta bien. Acabamos de conocer el último informe de la ONU sobre la biodiversidad. Los datos son demoledores: la pérdida masiva de especies debido a los impactos humanos hace que un millón de ellas estén en peligro de extinción, más que en cualquier otro momento en la historia de la humanidad. La ONU advierte sobre la necesidad de tomar medidas urgentes para proteger bosques y océanos del planeta y cambiar radicalmente la producción agrícola y el modo de consumir alimentos. En apenas 100 años hemos pasado de habitar el planeta 1600 millones de humanos a los actuales casi 8.000 millones. Los números cantan, esto es insostenible y no hay planeta que lo aguante. 100 años en la historia de un planeta es una gota en el océano, pero nosotros estamos arrasando con todo lo que se menea en solo un siglo. Y no podemos alegar desconocimiento, los científicos nos lo están diciendo día sí y día también con números desesperantes. Nuestros hijos tendrán que asumir el precio de nuestros excesos y veremos en qué acaba. O mejor dicho, no lo veremos y quizá ahí este el problema, que somos más de pensar: «el último que cierre la puerta». Y ya no estaremos aquí para que nos puedan acusar y pedir explicaciones.

Acabamos de vivir una campaña electoral intensa y estamos inmersos en otra. En la de las nacionales ninguna, absolutamente ninguna referencia a este enorme problema. Ningún partido hizo mención a sus intenciones en este sentido, ni en los debates ni en las entrevistas. En la campaña de las locales poca cosa hay de esto. Alguna pequeña referencia a la gestión del agua y los residuos y también alguna salvajada como el anuncio de derogar el decreto de protección de la posidònia. Lo dicho, llámeme agorero fatídico, pero o hacemos algo rápido o «el último que cierre la puerta».