Tengo dos pies izquierdos, tal vez porque soy muy zurda, escasa coordinación, no memorizo pasos ni coreografías y no sé dejarme llevar, deploro las sevillanas, no sé cómo bailar la música house y me muevo exactamente igual ante una canción de ‘Hombres G’ que con un tema de ‘The Cure’, pero a pesar de estas carencias no saben cuánto necesito volver a saltar en un concierto. En los últimos días este ha sido el tema recurrente de conversación con todos mis amigos de Ibiza, de Madrid o de Aranda, no importa el lugar, solo sabemos el destino. Cuando podamos vernos de nuevo o salir de la isla, lo haremos juntos en una plaza donde desgañitarnos y poder danzar hasta caer exhaustos. La música tiene tanto poder, es tan terapéutica, canalizadora de energías, templadora de nervios, evocadora de recuerdos, ilustradora de sentimientos e hipnótica, hasta ser capaz de obligarnos a mover las caderas sin ser capaces de impedirlo, que su ausencia nos duele.

Al final el toque de queda nos han dejado sin cenas, sin brindis y sin canciones. Yo, que soy cantante profesional de ducha y una de las personas que peor se mueve en una pista, no dejo de pedirle a 2021 que nos devuelva ese espacio de nuestras vidas que nos ha sido robado, porque sin abrazos es muy difícil concebir un buen concierto. ¿Cómo sentir a ‘Love of Lesbian’ en Sonorama sin el calor de Fer, de Lola, de Zara, de Patri o de Martita en la cintura? ¿Cómo se entona ‘La chica de ayer’, interpretada por ‘Modestia Aparte’, sin la banda sonora cálida de Marta, de Cochefín, de Merche o de Laury acompañándoles? ¿O cómo se entiende sentar a la Bestia de ‘Zahara’ sin la complicidad de Juan Carlos y de Ana templando la mesa?

Habrá quien me diga que este verano nuestros músicos han hecho lo que han podido, o lo que les han dejado, y que podría haberme conformado con escuchar sus voces desde una silla. Lo hice en una ocasión y fue tan difícil contenerme la garganta y las caderas que no me vi capaz de repetir tan dantesca escena. Lo siento, Iván, Chris, Joan, Fer o Diego, porque no os he acompañado estos meses y no sabéis qué falta me hacéis, pero es que yo no concibo ir a un concierto sin cantar, sin calor humano cercano y sin sentir la libertad fluyéndome por las venas. Soy de las del todo o nada, y no sabéis las ganas que tengo de haceros sonreír con mis andanzas de groupie. Volveremos a bailar, amigos, de eso que no os quepa duda, porque del mismo modo que hoy podemos quedar otra vez para cenar, aunque tengamos que volver a casa a las doce como Cenicientas, el mundo es cada vez un poco más nuestro y los platos y los discos serán esta vez mucho mejores.