Mañana empieza el último mes de este año 2020. Tengo tantas ganas que acabe que yo voy a empezar a ir despidiéndole ya. Sí, ya sé que todavía quedan 31 días, pero no me quite la ilusión de darle pasaporte a este año viejuno, miserable y otros adjetivos que no puedo poner aquí para no caer en una falta de decoro. Hagamos un balance rápido, en el ‘Debe’ de este año para olvidar, está la llegada del coronavirus como pandemia mundial que ha venido a cambiarlo absolutamente todo y que nos tiene como títeres a su merced. Y en el capítulo del ‘Haber’ se nos ha llevado a Pau Donés, Kobe Bryant, Maradona y Sean Connery, para enmarcarlo, vamos.

A estos obituarios debemos añadir las 44.668 víctimas que hasta ayer se ha llevado el maldito bicho en nuestro país. Terrible. Encontrarle algo positivo a este 20 me resulta muy difícil, más allá del despido con pataleta incluida de Donald Trump. Algo habrá, no digo que no, pero yo no lo veo y eso que soy optimista por naturaleza.

Un mes antes de que llegue el momento le voy a pedir un favor: cuando la noche del 31, frente a una copa de cava y las 12 uvas de marras, pida usted un deseo y manifieste sus buenos propósitos para 2021, piénselo bien, por favor. El año pasado lo hicimos fatal. Este mes es el duodécimo del año y, sin embargo, su nombre le viene de haber sido el décimo mes del calendario romano, previo al gregoriano. Por mí ya se podía haber quedado este año con 10 meses y punto.

Alguno de ustedes pensará que ahora viene la navidad, tiempo de alegría, esperanza y amor. Bueno, bueno, ya veremos. Y alguno también me dirá que empezar un año nuevo, un segundo después de que haya acabado el viejo no es motivo de que nada cambie. Por favor, no me quite la ilusión, que ya sabe que es lo último que se pierde.