Estábamos acostumbrados, pero las cotas de ridículo que está alcanzando nuestra clase política son de una indecencia mayúscula. Los cachorrillos del PSIB se intentan hacer un hueco entre los abultados salarios públicos haciendo que una drag queen lleve carbón a Marivent, un acto insolente que prueba su escasa originalidad y su exceso de sectarismo. Se las dan de republicanos, pero si necesitan besar la alfombra que pisa S.M. el Rey con tal de contentar a una parte de su electorado, no tienen el menor de los problemas. Bien podrían maquillarse menos e invertir su tiempo en pedirle a su consellera de salud que acelere un plan de vacunación fallido o en pedirle a la de Inca que pague la Escuela de Hostelería de Ibiza que todavía adeuda a todos los ibicencos.

Pero si un partido merece un cum laude en ridículo y negligencia, esa es la formación de Iglesias y sus amantes. Cuando todavía mendigaban un cargo público, prometían bajadas en el recibo de la luz, controlar los oligopolios y acusaban de «cómplice» al gobierno que permitiera «disparar la factura de la luz». Con ellos en el gobierno y en plena ola de frío, la luz sube un 27%. Ahora, en cambio, les da igual porque en las sedes de los ministerios que se han inventado la luz la paga el contribuyente.

En la extrema derecha tampoco saben donde esconderse. Apoyaron a Trump como si del Mesías se tratara y ahora agachan la cabeza al haberse mostrado, una vez más, que la indecencia de ese ser esperpéntico ha puesto en peligro la estabilidad del país que antaño fue la cuna de la democracia. Abascal es más de ponerse cascos medievales que cuernos, pero démosle tiempo, a nadie sorprendería verle vestido de Don Pelayo pretendiendo derrocar un gobierno «ilegítimo, bolivariano y chiripitifláutico».