Gente esperando para subir al barco con destino a Formentera en el puerto de Ibiza la pasada temporada. | Marcelo Sastre

La semana pasada la Obra Cultural Balear de Formentera organizó un debate en el marco de la Primavera de Cultura. Sobre la mesa, el modelo de isla y a ella sentó a los lideres políticos de los partidos con representación en el Consell de Formentera, a representantes del GOB y del GEN-GOB y el magnífico testimonio de Pep Mayans, que en su día formó parte de la coordinadora de entidades cívicas de Formentera, que en los años 80, cuando el turismo empezaba a ser el monocultivo de la isla, actuaba como plataforma ecologista, evitando atrocidades urbanísticas, como las que se habían venido haciendo en otras islas o en el levante español.

Varias cosas importantes se evidenciaron en el debate. Quizá la más urgente es la de ordenar el tráfico marítimo entre Ibiza y Formentera. Más de 190 barcas de pasajeros al día navegando en aguas de un parque natural no es sostenible y mucho menos cuando sus ocupaciones a duras penas superan el 30% de la capacidad.

Seguir quemando combustible en la subestación eléctrica más vieja de España para producir energía, no es sostenible. Mucho menos cuando gozamos de un sol espectacular la mayor parte del año y las instalaciones solares se han abaratado y han mejorado su capacidad.

La presidenta del Consell, Alejandra Ferrer, fue muy clara al reconocer que «en los últimos años ha quedado claro que a más turistas, más desigualdad para los residentes». De nuevo, apareció el fantasma de la «saturación» que claramente puede hacer que Formentera acabe muriendo de éxito. Del público surgió una aportación inapelable: «El problema no son los emisarios que tiran mierda al mar, el problema es que la depuradora no da a basto y por eso vierte residuos». Otro argumento que todos tenían claro es que «todo el mundo quiere venir a Formentera» y ése va a ser el problema.