Ana Juan y Alejandra Ferrer. | Pep Toni Bartolomé Tur

El cambio de presidenta en el Consell de Formentera abre una nueva etapa. Ana Juan asume el liderazgo de la institución con ilusión, cargada de buenas intenciones y con el compromiso de un cambio, que le exige el trasvase de votos (de 541 a 1057) que hubo en las elecciones de 2019, directamente desde la bolsa de su socio de gobierno GxF.

Alejandra Ferrer no solo heredó el empaque de una formación con mayoría absoluta, también tuvo que quedarse con un núcleo duro de partido trasnochado y anquilosado en la superioridad que otorgan 12 años de imbatibilidad incuestionable. Exceptuando la positiva aportación de Bartomeu Escandell, en un ejemplo claro de que la veteranía es un grado, lo que quedó en el partido como ejecutiva ha seguido aplicando las mismas actitudes prepotentes que llevaron al partido a perder tres consellerias. El proyecto de GxF fue ilusionante en sus inicios, con un equipo de jóvenes preparados y empeñados en reclamar para la isla lo que formaciones de ámbito nacional no consideraban prioritario.

Además, se encontraron con la dotación económica extraordinaria de la creación del Consell y una institución de nueva creación que fue muy bien recibida por la ciudadanía y que contó con la colaboración del resto de organismos implicados. Eso fue fantástico para la isla, pero los tiempos cambian y nadie debe utilizar la política para estabilizar un statu quo que solo beneficie a unos pocos. Particularmente me recuerda al recorrido de CiU, salvando todas las distancias.

Las últimas líneas de esta columna de opinión quiero dedicarlas al reconocimiento del esfuerzo llevado a cabo por Alejandra Ferrer, que asumió el mayor reto de su vida y, además, tuvo la valentía de superar una enfermedad que en ningún momento mermó su dedicación y compromiso.