Imagen de una macrogranja en Navarra. | GREENPEACE

Qué le vamos a hacer. Tenemos un ministro tonto, que no ha cotizado ni un día en la empresa privada, que solo puede vivir de la política y que cada vez que habla o hace algo relevante mete la mata que inmediatamente después tiene que esforzarse durante días para matizar, desmentir o aclarar lo que ha dicho.

Alberto Garzón no sirve para ministro, ni para secretario de Estado, ni siquiera para jefe de gabinete. Sus facultades intelectuales están por debajo de lo que necesita este país. Ni siquiera sabe conjugar bien los verbos, pero ahí sigue cobrando 70.000 euros al año mientras se hace fotos con camisetas de la Alemania comunista. Su última polémica sobre la carne que exporta España ha generado multitud de reacciones que él atribuye a los lobbies de la carne, a la derecha, y evidentemente a los fachas. Qué raro que no haya recurrido a Franco para justificarse.

Dice Garzón que hay grandes empresas cárnicas que contaminan y que la carne que exportan no es de buena calidad. Puede que tenga razón, pero igual este líder de IU desconoce que es ministro, que puede cambiar las cosas desde el Consejo de Ministros, y que mejor eso que airear las deficiencias de las empresas españolas a un medio tan leído como The Guardian. Garzón no dimitirá, por supuesto, porque no tiene ‘plan B’ en su vida profesional, como muchos políticos que hay ahora mismo en activo en España, en Ibiza y en Baleares, pero al menos hay que reconocerle el mérito de llevar más de una década en política con unas evidentes limitaciones de todo tipo. Garzón ha demostrado que cualquiera puede llegar a ministro en este país. Y es un grave problema para España.