Vaya por delante que quién les escribe no tiene ni la edad ni los conocimientos para hacer un análisis en profundidad de las causas y consecuencias de la invasión rusa en Ucrania, pero sí que hay algunos aspectos que parecen de sentido común y que merecen esta columna.En primer lugar, es terrible tener que comprobar como la humanidad no ha aprendido nada de la Segunda Guerra Mundial y que volvemos a hablar de invasiones y bombardeos. Uno empieza a estar ya harto de eventos históricos: crisis económicas, emergencias climáticas, pandemias, guerras… cada día en el calendario es un punto negro. La megalomanía vuelve a hacer estragos y a provocar el derramamiento de sangre. Vladimir Putin ataca Ucrania con la burda excusa de la «desnazificación» y con ello tienta la capacidad de respuesta del mundo nuevo. Desafortunadamente, esta vez no contamos con Churchill, sino con una ridícula Unión Europea que, ante el llanto desesperado de los ucranianos, tan sólo es capaz de iluminar sus fachadas y cantar el Imagine de John Lennon. Es decir, mientras Zelenski pide auxilio, Occidente responde con palabrería y unas sanciones económicas que no parecen tener la menor influencia en los delirios del diablo rojo. No basta con estar deeply concerned y publicar mensajes de paz en twitter. Putin no está amenazando a Ucrania, sino que está desafiando y poniendo a prueba a todo Occidente porque contempla como nos entretenemos con nimiedades y nuestra clase política es la más insulsa y débil en lustros. No podemos abandonar a Ucrania a su suerte porque en ella nos jugamos la paz del presente. Si Occidente se pone de perfil y no se enfrenta al autócrata con algo más que un lirio en la mano, volverán las oscuras golondrinas del terror a la democracia sus nidos a colgar.