Tráfico por las principales calles de Vila. | Daniel Espinosa

La primavera parece que finalmente ha decidido hacer acto de presencia adornado nuestra singular isla con temperaturas apacibles y extendiendo sobre ella una calma templada. No obstante, en un rincón de la isla que se hace llamar a sí misma «capital» el caos se ha apoderado de la ciudad y ha perturbado el escaso descanso que ofrece la vacuidad del invierno.

El tráfico y la movilidad en Ibiza son un auténtico desastre que se ha acentuado por cada año que Rafa Ruiz y Aitor Morrás han ocupado su poltrona. Se han eliminado aparcamientos masivamente sin ofrecer una alternativa viable y se han hecho auténticas chapuzas en materia de obras (la última el carril bici) que han colapsado una ciudad pequeña pero hostil (término acuñado por mi compañero de tribuna Manu Gon). Ello obedece a las ínfulas y la soberbia de creer que gobiernan una ciudad como Chicago o Barcelona y su ignorancia les lleva a pensar que las recetas que allí funcionan también lo harán en una microciudad que apenas supera los 50.000 habitantes.

A la desesperación de los vecinos y comerciantes que intentan sobrevivir a su gobierno municipal se suma la indignación de aquellos afortunados que no residen en Vila pero que se ven obligados sufrirla para realizar cualquier trámite o compra.

Mientras las obras engullen la paciencia de los conductores, Rafa Ruiz sonríe; mientras engrosa la listas de asesores a dedo sin funciones conocidas con suculentos salarios, Rafa Ruiz sonríe; mientras su política urbanística amenaza con provocar cuantiosas indemnizaciones pagadas por el contribuyente, Rafa Ruiz sonríe; mientras Vila se llena de locales que cuelgan cartel de «se vende», Rafa Ruiz sonríe; mientras su arribismo deportivo amenaza pequeños clubes; Rafa Ruiz sonríe. Su mueca, nuestra desgracia.