El domingo pasado, la Sagrada Liturgia, nos hablaba de la Ascensión del Señor. Lo último que hizo Jesús antes de subir al Cielo fue bendecirnos a todos, algo verdaderamente consolador, y que debe llenar nuestro corazón de alegría y de esperanza. Hoy se realiza lo que Jesús había anunciado a sus discípulos, la venida del Espíritu Santo. Su venida dio lugar al nuevo Pueblo de Dios que es la Iglesia. El Espíritu Santo en Pentecostés es la gran fiesta en la que la Virgen María y los Apóstoles reciben al Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Meditemos hoy y siempre el tercer misterio glorioso del santo Rosario. Jesús nos dice, como el Padre me ha enviado, así también os envío yo; «recibid el Espíritu Santo». El Espíritu Consolador nos bendice y colma con sus dones y sus carismas. En el libro de los Hechos de los Apóstoles, se narra que, en la primera comunidad de Jerusalén, educada por el Espíritu Santo, los creyentes acudían al templo asiduamente a las enseñanzas de los Apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones. El Espíritu Divino, Maestro interior de la oración cristiana, educa a la Iglesia en la vida de la oración. Creer en el Espíritu Santo es profesar la fe en la tercera persona de Santísima Trinidad que procede del Padre y del Hijo.

El Paráclito ha sido enviado a nuestros corazones a fin de que recibamos la nueva vida de hijos de Dios. ¿No sabéis, nos dice San Pablo, que vuestros cuerpos son templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros? Han transcurrido cincuenta días desde la Resurrección de Jesucristo. El Señor glorificado infunde su Espíritu en abundancia y lo manifiesta como Persona divina, de modo que la Trinidad Santa queda plenamente revelada. La misión de la Iglesia; es enviada para anunciar y difundir el misterio de la comunión trinitaria. (Cat. de la Iglesia Católica núm. 144). ¡Ven Espíritu Santo! llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.