Las carreteras, los núcleos urbanos o las playas han estado más saturados que nunca esta temporada. | Daniel Espinosa

Hay una expresión coloquial en nuestro país, que es ‘perder el oremus’. Según la RAE, esta expresión significa perder el juicio o la cordura y si nos detenemos a recapacitar sobre la realidad de nuestro día a día y diversos problemas que nos afectan podríamos llegar a la conclusión de que eso es precisamente lo que está pasando: se está perdiendo el oremus.

La ambición como tal no es mala y si se aplica con el objetivo de mejorar puede ser incluso beneficiosa. Ahora bien, si esta ambición es desmedida no tiene límite ninguno y se aplica sin atender a ninguna posible consecuencia negativa que pueda tener puede acabar siendo lo que nos lleve a morir de éxito.

Después de dos años de crisis por la pandemia, después de muchos meses de sacrificios, creo no equivocarme si afirmo que todos estábamos esperando ver cómo funcionaba la temporada de verano de 2022. Según todos los registros que se van conociendo, afortunadamente se han recuperado las cifras de 2019 y, en algunos casos, incluso se han superado. Sin duda, se han cumplido las expectativas de recuperación, con lo que nuestros hoteles han estado llenos de turistas, al igual que nuestros restaurantes, bares, discotecas, la mayoría de comercios y negocios en general han visto cómo volvían los ingresos a sus respectivas cajas. Sin embargo, todo ello también ha supuesto que algunos problemas que nos afectan se hayan mantenido y otros se hayan agravado.

Entre los que han empeorado, sin duda, está la saturación. Las carreteras, los núcleos urbanos o las playas han estado más saturados que nunca; siendo esto un detalle importante que acaba enturbiando los buenos resultados de una recuperación. El turismo es la columna que sostiene toda la actividad económica de nuestras islas y, como tal, debemos aplicarnos en su cuidado y mantenimiento: ha de seguir siendo nuestra principal industria y el motor de nuestra economía.

Es nuestra gallina de los huevos de oro y, como tal, tenemos que hacer todo lo que haga falta para no acabar matándola. Debemos ser conscientes de que nuestro entorno y territorio es el marco privilegiado en el que se desarrolla toda esa actividad turística, pero que el mismo no es ilimitado, siendo como somos unas islas en mitad del Mediterráneo. Por todo ello, no se puede seguir creciendo sin techo alguno; debemos saber hasta dónde se puede llegar sin poner en peligro nuestro modo de vida y que, llegado el momento, hay que saber parar y dedicar todos nuestros esfuerzos en mantener lo que tenemos y mejorarlo si es posible.

No siempre más cantidad supone más beneficios. Sobre todo si por querer más y más acabamos enterrando todos nuestros atractivos que hacen que millones de personas cada año decidan que vale la pena pasar unos días en Ibiza o Formentera. Hasta hace unos años, el tope de turistas a los que podíamos atender cada verano lo marcaba el número de camas de todos nuestros hoteles. Actualmente, a esos establecimientos hoteleros se les han sumado cientos y cientos de ‘viviendas turísticas’.

Y, nos guste o no, éste es un elemento que acaba distorsionando y complicando la voluntad de control sobre las cifras reales que como destino turístico podemos asumir. Queramos o no, muchas viviendas, tanto las unifamiliares como los bloques de plurifamiliares, dejan de servir para alojar a residentes de las islas y pasan a ser habitáculos que albergan gran cantidad de turistas, alterando con ello gravemente el libre mercado de la vivienda en nuestro territorio. Sin duda alguna, si hay que empezar a controlar la cantidad de turistas que podemos acoger y si ese control requiere algún tipo de recorte, el mismo debe aplicarse en primer lugar sobre esas denominadas viviendas vacacionales, que no son más que viviendas residenciales de toda la vida por las que algunos meses al año se cobran alquileres desorbitados.

La realidad es terca y por más que desde la asociación AVAT quieran hacernos creer que lo mejor es llenar de turistas nuestras viviendas, cabe preguntarse:¿dónde podrán alojarse los miles de trabajadores necesarios para atender debidamente a todos esos turistas que llenan hoteles y casas?