David Bueno.

David Bueno (Barcelona, 20-3-1965) es experto en neurociencia. Su trabajo se centra en la genética del desarrollo de los humanos, especialmente en los periodos de aprendizaje. Trabaja en la Universidad de Barcelona, y también con diversas instituciones europeas como la Universidad de Oxford. Hoy, a las 17.00 horas, impartirá la charla ‘Aprender del cambio y la incertidumbre: una perspectiva neuroeducativa’, que se podrá seguir a través del Facebook del Consell de Formentera.

—¿En qué consiste la neurociencia?
—Mi campo concreto es la neuroeducación. Lo que hacemos es coger todos los datos que hemos ido acumulando en las dos últimas décadas, sobre cómo funciona el cerebro, cómo se construye el órgano, cómo madura en la infancia, en la adolescencia, la juventud y la madurez y aplicamos estos conocimientos para entender los fenómenos de aprendizaje. Eso nos permite optimizar nuestras estrategias educativas.

—¿Y qué han aprendido hasta ahora?
—Muchísimas cosas, la primera, es que aprendemos con mucha más eficiencia todo lo que nos emociona en positivo. Siempre que hay alegría, sorpresa y un cierto bienestar activo, lo que aprendemos en ese momento, el cerebro lo fija con mucha más eficiencia y después lo utiliza mucho mejor.

Otra cosa es que tenemos un cerebro social, vivimos en sociedad y está adaptado a relacionarse con otras personas. Todos los aprendizajes que tienen componentes sociales y que se aprenden en conjunto con otras personas, también quedan mucho mejor fijados en el cerebro.

Y la tercera cosa, es que el cerebro cambia constantemente, lo que quiere decir que siempre estamos aprendiendo cosas nuevas. Si en algún momento tuvimos alguna experiencia que no fue provechosa, siempre la podemos reconducir a lo largo de nuestra vida.

—Osea, que el cerebro se va reinventando...
—Si, a medida que vamos acumulando experiencias y conocimientos, todo va cambiando a nuestro cerebro y como nuestra vida depende de él, pues nosotros también nos vamos reinventando.

—En esta situación de crisis sanitaria que estamos viviendo, en la que impera la incertidumbre y los cambios son continuos, ¿cómo lo lleva nuestro cerebro?
—El cerebro tiene una capacidad de adaptación extraordinaria, de hecho una de sus principales funciones es esa; que nos podamos ir adaptando a todos estos cambios e incertidumbres, que se van produciendo constantemente.
Lo que pasa es que quizá, nos habíamos olvidado. El ser humano había construido un mundo cómodo y presuntamente estable, y esta pandemia, ha venido a recordarnos que nuestra vida está llena de cambios inesperados que hemos de capear, de la mejor manera posible.

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Está claro, que puede pasar cualquier cosa, en cualquier momento y que puede tener consecuencias a medio y largo plazo.

El cerebro se adapta, lo que pasa es que hay dos formas radicalmente opuestas de hacerlo.

Hay personas que viven todos estos cambios con mucha sensación de miedo y otras con una especia de curiosidad. Entre estos dos extremos hay puntos intermedios, lógicamente.

El miedo es una emoción básica que sirve para protegernos de las amenazas, escondiéndonos o huyendo. En una amenaza real, el miedo puede ser muy útil, el problema es cuando la amenaza es muy genérica y muy dilatada en el tiempo, como es el caso. Con esta pandemia hay mucha gente que enferma y lo pasa muy mal, está claro, pero hay una gran mayoría que no. Por tanto el miedo no es la mejor estrategia en este caso, por qué nos bloquea.

La curiosidad es un comportamiento mucho más pro activo y dinámico que implica reflexionar continuamente y por tanto escoger en cada caso como responder de la mejor manera a cada nueva situación. Esto nos permite seguir avanzando haciendo frente a los retos e incertidumbres, en definitiva, nos permite decidir.

—¿Y cómo le decimos todo eso a nuestro cerebro?
—La única forma de hacerlo es viviéndolo, puede parecer una paradoja con lo que estoy diciendo. Pero cada vez que notemos que tenemos miedo, nos deberíamos plantear si en ese momento el miedo nos es útil o no. Si es que si, fantástico, pero si en ese momento la amenaza no es inminente, examinemos reflexivamente la situación concreta a la que nos enfrentamos y decidamos que es lo que queremos hacer.

—Hablemos de los niños, su cerebro es muy joven, muy inexperto, ¿Cómo podemos ayudar a sus pequeños cerebros?
—Los niños se adaptan mucho mejor que los adultos; tienen un cerebro mucho más plástico y maleable. La cuestión es como esta adaptación les va a condicionar en el futuro.
Se están acostumbrando a no tener contacto con otros niños, a mantener grupos burbuja, a no poder ir a donde quieran, y eso está condicionando su futuro. Somos una especie social, que queremos tocarnos y divertirnos en grupo.

Las restricciones son absolutamente necesarias, pero la mejor manera de ayudarles es que los adultos vivamos esta nueva realidad con absoluta normalidad, sin estrés, sin angustia, sin abatimiento, sin tristeza, con absoluta responsabilidad y con alegría de estar haciendo en cada momento lo mejor que podemos hacer en esta circunstancia. Si lo vivimos así, ellos nos imitarán e incorporaran todo ese paquete emocional a su forma de vivirlo.