Rachel con su perrita Roxy en Vara de Rey | Toni Planells

Rachel Mahon (Londres, 1968) llegó a Ibiza con solo dos semanas de vida. Aunque se marchó a los pocos años, siempre ha mantenido su vínculo con Ibiza, hasta el punto de convertirla en su residencia definitiva hace cerca de un lustro.

— ¿Dónde nació usted?
— En Londres. Mis padres eran Frank y Nancy y yo soy la menor de tres hermanos, Allen y Simon son los mayores. Mi padre se dedicaba a la venta de antigüedades de plata en Londres.

— ¿A qué se dedica?
— Ahora soy organizadora de eventos, en Mahon Events. Estuve trabajando durante muchos años como secretaria en una organización internacional. Allí viajé por todo el mundo, organizando todo tipo de eventos durante más de 20 años. Eso me dio la experiencia suficiente para poder dedicarme a ello por mi cuenta. Aunque tengo que reconocer que, como antes había trabajado durante mucho tiempo como asistente de personas importantes y muy conocidas. Me dedicaba a organizarles sus cosas, reuniones, viajes… y a solucionarles todo tipo de problemas (una especie de consierge), era mi especialidad. Se me daba realmente bien. De hecho, me gustaría volver a retomar este trabajo. Busco un billonario con problemas (ríe).

— ¿Cómo es trabajar con billonarios?
— No es fácil. Lo quieren todo perfecto. Lo malo es que, en la vida real no existe esa perfección. Se creen que la vida es lo que sale en la Vogue, no la humana de verdad. Es un modo de vida que puede llevarte a la depresión, porque nunca vas a encontrar la perfección.

— ¿Desde cuándo tiene relación con Ibiza?
— ¡Desde que tenía dos semanas!. Mis padres vivían en la ciudad de Londres, pero a mi madre no le gustaba la ciudad. Quería ir a vivir al campo e intentaron irse a vivir al campo de Inglaterra, pero no les gustó nada. Aguantaron solo dos semanas. Así que, de alguna manera, con su autocaravana, nos vinimos a vivir Ibiza con mi madre. Mi padre iba y venía, porque debía atender su negocio en Londres. No es que viviéramos en una autocaravana. Era nuestro vehículo. Vivímos en Sant Jordi, entre naranjas, ese es mi recuerdo de niña. También recuerdo que, al estar tan cerca de Salinas, nos pasábamos allí mucho tiempo. Lo que pasa es que, entonces, Sant Jordi estaba muy lejos de todos lados. Mucho más aislado de lo que está ahora y, más adelante, nos mudamos a Dalt Vila, a la Calle Mayor.

— ¿Vivió en Ibiza desde entonces?
— No. En Ibiza pasé los tres primeros años de mi vida. Volvimos a Londres porque mis hermanos ya tenían edad de ir al colegio y mi madre prefería que estudiaran en inglés. La educación en Ibiza hace 50 años no era la misma que ahora. Eso sí, toda la familia vivimos ahora en España, Allen en Valencia y Simon en Málaga.

— ¿Mantuvo su vínculo con Ibiza?
— Sí. Volvíamos siempre por vacaciones. Mi madre había hecho muy buenos amigos, Lola o Duona, por ejemplo. Dona tuvo el Duona’s Bar muchos años en la Calle Mayor. Otro gran amigo suyo era Martyn, que tenía un bar en la Calle de la Virgen. Una generación de gente que ya no están entre nosotros, vivieron muy intensamente.

— ¿Qué recuerdos guarda de la Ibiza de su infancia?
— De la primera época, era muy pequeña, recuerdo, sobre todo, las naranjas y las Salinas. Pero, cada vez que volvíamos, recordaba todas las calles y lugares. Además, como era una niña rubia y guapa, todo el mundo me regalaba galletas o bizcochos. Me convertí en una niña rubia, guapa ¡y gordita! (ríe). También me conocían mucho los de Los Valencianos, el Montesol o los de los yogures La Bomba. Cuando paseaba por allí, más adelante, con 20 años, parecía que todos fueran mi familia, saliendo a saludarme «¡hola Raquelita!». Aquí la gente tiene una relación distinta que en un lugar como Londres. Se mezclaban las mujeres vestidas de payesas con la gente vestida de leopardo y de fiesta y drogada. Había muy buen rollo y mucha tolerancia.

— ¿Vinieron como hippies de alguna manera?
— Yo diría que no, una familia un poco alternativa, pero no hippie. Tal vez fuéramos el estereotipo típico de los hippies de esos años: La Volkswagen llena de críos y tal, pero mi madre tenía una manera de ser un poco alejada de lo que se entiende como hippie. Era muy estricta.

— ¿Dónde estudió?
— Al volver a Londres, mi padre murió y mi madre me llevó a una escuela un poco especial. Una secta, de hecho. Se llamaba Saint Vedast, allí hacíamos meditación, nos enseñaban sánscrito, las chicas debíamos ponernos un vestido largo, nos prohibían maquillarnos, hablar con chicos, leer cómics… Eran muy estrictos. Por eso te digo que no éramos hippies. A los 14 años no aguanté más y me fui. A lo mejor es por eso que no soporto a ese tipo de gente que viene ahora y que va de espiritual con el yoga y esas cosas. No te digo que Ibiza tiene algo particular, pero yo prefiero a la gente auténtica de Ibiza, como Juanito de Can Alfredo, por ejemplo.

— ¿Siguió viniendo durante su adolescencia?
— Sí. Venía siempre en vacaciones. Además tenía a buenos amigos, como Harry y Johnny, del Lola’s. De hecho, vivía allí arriba cuando, a los 17 años estuve trabajando en Angel’s. Estaba en el bar del tobogán, que era la que más se llenaba. Aunque, por inglesa, no podía trabajar, y, por edad, no podía estar en la discoteca, la policía solo iba allí para bailar (ríe). Al final siempre acababa trabajando yo sola. Jose, mi jefe, empezaba con los JB desde que empezábamos y no tardaba en acabar dormido debajo de la barra (ríe). En esa época, como trabajaba de noche, ni siquiera tenía casa. Guardaba la ropa en un bar de Figueretes y me pasaba el día durmiendo en el Ku Beach, en Platja d’en Bossa. Lo malo fue el día que tenía fiebre y me dijeron que me fuera a casa. ¡No tenía!.

— ¿Se quedó entonces en Ibiza?
— No. Entonces, al terminar la temporada, todos mis amigos se iban a París. Así que yo también me fui allí con esa gente. Así que, tras ir y venir de Londres, empecé a trabajar, como relaciones públicas en un bar muy de moda en ese momento y empresas de moda como Yves Saint Laurent, por ejemplo. Ahora hace cinco años que me he establecido en Ibiza.

— ¿Cómo ve la Ibiza de hoy?
— (Encoje los hombros) Todo cambia y hay que aceptarlo. Me sigue encantando Ibiza y es donde pienso estar, pero el lujo se ha comido a todo lo demás. Antes podías ir a Ku con 1.000 pesetas y pasártelo pipa. Ahora está todo separado entre privados y salas VIP. Me gustaba más antes, cuando antes era todo más casero, más familiar, cuando el dj no era una mega estrella.