Pascal este jueves en su gimnasio. | Toni Planells

Pascal Bonomo (Casablanca, 1934) creció en el protectorado francés en el que Humphrey Bogart e Ingrid Bergman encarnaron a Rick Blaine e Ilsa Lund. Con el deporte como afición desde la infancia, llegó a la Ibiza de 1968, donde abrió el primer gimnasio de musculación y de artes marciales en la isla.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en Casablanca cuando todavía era el protectorado francés. Mi madre, Adele, era de origen valenciano, pero nació en Orán y, más tarde, se fue a Casablanca. Allí conoció a mi padre, Roco, que era de origen siciliano, pero nació en Túnez (ríe), si es que, cada parte de mi familia es toda una larga historia. Allí nacimos mis hermanas Angele, Nicole, Andrée y yo, que soy el segundo. Mi padre murió muy joven, la vida allí era muy difícil y mi madre se volvió a casar, en este caso con un francés, Alfred, que fue con quién me crié. De hecho, a los 18 años, me tocó decidir mi nacionalidad entre la francesa y la italiana. Decidí la francesa.

— ¿Se crio y creció en la Casablanca de los años 40?
— Así es. Allí es donde me enganché con el deporte. Empecé a los 15 años con el ciclismo en pista. Lo que pasa es que la pista era descubierta y en invierno no se podía entrenar porque resbalaba mucho. Así que entrenaba ciclismo en verano y, en invierno, entrenaba judo para mantenerme en forma. Al final progresé más en judo que en el ciclismo. Al tener la nacionalidad francesa, me pillaron los años de follón allí y me tocó hacer una mili de tres años. Aunque, con la excusa del deporte, yo ya tenía un nombre, conseguía permisos especiales para ir a entrenar y, al fin y al cabo, pasé una buena mili. Un día de permiso y con mucho viento, entrenando con la bici me puse a rebufo de un autobús, resultó ser un vehículo de prueba y, al probar los frenos me estampé contra él y mi rompí la nariz.

— ¿Hasta cuándo vivió en Casablanca?
— Hasta los 27 años. Cuando Casablanca dejó de ser protectorado francés y dejaron de hacer contratos a los europeos. Allí nunca se estuvo tranquilo del todo. Recuerdo que, cuando era pequeño, estaba mirando por la ventana como pasaban los aviones y, de repente, una bala perdida impactó justo detrás de mí. Con la independencia tuvimos que irnos toda la familia a Francia. Yo ya estaba casado con Lucía y teníamos a nuestra hija, Corinna, madre de mis nietas, Sinué y Tanit. Al principio fuimos a Rodès, pero no me gustó y nos marchamos a la costa Sur. Yo sabía de electricidad y electrónica, me había sacado el título de electrónica de aviones, y trabajé un par de años en Montecarlo preparando los coches de rally. Uno de los pilotos, Jon Cason, tenía una empresa de tragaperras y jukebox en Cannes y me propuso trabajar para su negocio. Estuve con él en Cannes unos cinco años, compatibilizando siempre trabajo y deporte.

— ¿Cómo llegó a Ibiza?
— A Lucía no le gustaba estar sola en la Costa Azul. Allí no tenía familia y decidimos ir a Madrid, su familia es de allí. La cuestión es que Madrid no me gustaba, yo he vivido siempre cerca del mar y no podía estar en Madrid, así que nos mudamos a Alicante. Allí encontré trabajo enseguida como técnico de tragaperras, el jefe tenía máquinas en Ibiza y me mandó a arreglarlas. Fui con mi mujer, las arreglé enseguida y, un rato antes de irnos se nos acercó un señor francés que vivía en Portinatx, Rique, y me propuso abrir un negocio de tragaperras en Ibiza. Acepté y nos quedamos en Ibiza.

— ¿Seguía entrenando en Ibiza?
— Cuando llegué no había nada y yo no podía vivir sin deporte. Como ya tenía mi título de judo, lo que hice fue montar un gimnasio de judo y musculación, en 1968, que resultó ser el primero de Ibiza. Los ibicencos me recibieron muy bien. Siempre me sentí muy querido, y es que tenía a más de 300 niños. Iba a todas las fiestas patronales con mis tatamis para hacer exhibiciones y fomentar el judo. Además, también iba a Formentera, estuve diez años cogiendo la Joven Dolores cada fin de semana para darles clases a los chavales. En Sant Antoni, monté dos gimnasios de judo que se llamaban Kamakura. Años más tarde ampliamos el gimnasio al local de al lado, que antes era el restaurante Nautilus. El local lo compró Julià Verdera, que era el dueño del Ibiza Playa. Hicimos un acuerdo de los de antes, los de palabra firmados con un apretón de manos: él me cedía el local de arriba para montar el gimnasio, y los clientes del hotel podían usarlo gratis. Venían más de mil personas cada temporada.

— Ha formado a varias generaciones de deportistas
— Así es, y he tenido muchos alumnos que han acabado montando sus propios gimnasios y que han llegado a ser profesores de artes marciales o campeones de fisiculturismo. Vicente Segovia, que fue campeón de España, empezó conmigo. Rafa Tur también empezó conmigo, para ligarse a mi hija. Es el padre de mis nietas y ha acabado montando los gimnasios Nirvana. También monté un club de ciclismo, el C.C.P., [Un cliente sale del gimnasio y no se resiste a hacer su comentario: «tengo 60 años y llevo con Pascal desde que tenía ocho años. Me llevó al primer campeonato de España de Judo y ha hecho a muchos campeones y deportistas»].

— ¿Ha cambiado mucho el ambiente en un gimnasio desde que empezó?
— Sí. El espíritu deportivo ha cambiado. Ahora no quieren sufrir. Entrenan con el movil y eso no es entrenar. Antiguamente, no había ni móviles ni música en los gimnasios. Se entrenaba más en serio. Se sabía sufrir. Ahora lo quieren todo rápido, meterse anabolizantes y entrenar para trabajar de porteros en una discoteca. Yo jamás he tocado los anabolizantes. En cuanto a las artes marciales, se han diversificado mucho, ahora hay de todo tipo, aikido, karate… y el judo ha perdido bastante popularidad. Además, ahora hay muchos gimnasios, no es como cuando abrí yo, que no había.

— ¿Había competitividad entre gimnasios o artes marciales?
— No. Nunca hubo ningún problema. Si hubo algún problema fue con la federación, que la llevaban desde Mallorca y no hacían más que putear. Cuando se hacían los sorteos para la competición balear, lo primero que hacían era enfrentar a los ibicencos entre si, de manera que ya quedara uno eliminado. Harto de eso, reuní a todos los gimnasios para unirnos en un solo club, el Club de Judo de Ibiza y Formentera. De esta manera se podían inscribir todos los competidores pitiusos sin que los enfrentaran entre ellos.

— ¿Sigue entrenando y haciendo ejercicio?
— No. Desde la llegada del Covid dejé de entrenar y ya no tengo ganas. Tengo 88 años y he hecho mucho ejercicio. Siempre he ido en bici, he buceado, nadado hasta la isla de las Ratas… Además, las competiciones de judo son muy agresivas y, a esta edad, ya estoy un poco cascado, sobre todo de las rodillas. Aunque, en Ibiza un poco menos que antes, me siento reconocido: no solo me incluyeron en la Enciclopedia d’Eivissa i Formentera, sino que en una gala internacional de artes marciales me entregaron un premio de platino a mi carrera. Eso sí, me sigo pasando 12 horas al día en el gimnasio dando consejos a los clientes. Profesionalmente, hace unos diez años que no entreno a nadie. Lo que hago es estar en el gimnasio por no estar en casa.