Pep Riera en el Parque de la Paz tras su charla con ‘Periódico de Ibiza y Formentera’ | Toni Planells

Pep Riera (Jesús, 1933) desarrolló la práctica totalidad de su vida profesional como bombero en el aeropuerto de Ibiza. Desde ese puesto vivió episodios cruciales en la historia reciente de Ibiza como el accidente aéreo de Ses Roques Altes.

—¿De dónde es usted?
—Nací en Jesús, en Can Arnau, que es la casa que mis padres tenían allí alquilada. Allí nacimos los ocho hermanos que tuvieron mis padres. Yo era el cuarto.

¿Quiénes eran sus padres?
—Mi madre era Catalina, de Cas Vildet Lluqui, y mi padre era de Can Pep Cabrit. En Jesús teníamos un pequeño huerto al que había que llevarle el agua desde otro terreno.

¿Qué recuerdos guarda de su infancia?
—Me acuerdo mucho del hambre que se pasaba en esos tiempos. Aunque, la verdad, yo no llegué a pasar tanta hambre como pasaron mis padres. Los padres siempre guardaban lo que hubiera, aunque solo fuera un pedazo de pan, para los niños. ¡Y nosotros éramos ocho! Se apañaron como pudieron, sembrando lo que podían y haciendo escarades. Durante esos años, cuando yo tendría unos seis o siete, mi padrino, Pep, les ofreció a mis padres que me quedara con él y su hermana, mi tía María (hermanos de mi madre) durante una temporada en la casa de Santa Gertrudis. El primer año estuvimos en la casa familiar, Cas Vildet Lluquí hasta que el hereu se la quedó y nos fuimos a la finca de Es Serral como jornaleros. Estuve con ellos durante unos cinco años antes de volver a casa con mis padres. Más adelante, cuando ya era más mayorcito, nos mudamos a Dalt Vila.

De la Guerra Civil, ¿guarda algún recuerdo?
—Casi ninguno, entonces yo era bastante pequeño. De lo que sí que me acuerdo es de que mi padre estuvo escondido tres días dentro de una sénia para que no le reclutaran. Mi madre había escuchado desde la ventana a los reclutadores desde la ventana y le avisó a tiempo. Uno de elllos había estado comiendo en casa el día anterior sin que mis padres le aceptaran ningún pago por ello y este acabó convenciendo a los demás de que no le reclutaran.

¿Pudo ir al colegio?
—El único colegio que tuve fue el rebaño de ovejas que llevaba siempre por delante de mí [ríe]. Si sé escribir mi nombre es solo porque hubo una buena persona, un vecino nuestro, de Can Comodo, que había ido al instituto y que por las noches nos enseñaba algo a mi hermano, Ramón Mentelló, y a mí. Aunque a mí me daba mucho miedo ir por el camino a oscuras, solo que hubiera una mata, a mí me parecía que era un bulto sospechoso.

Me ha dicho que iba a estas clases con su hermano. Sin embargo, no coinciden sus apellidos. ¿Era hijo de otro padre?
—No. Era adoptado, venturer, pero para mí era un hermano más. Mi madre perdió a un hijo y decidió que podía hacer algún bien a otro niño dándole de mamar de su pecho. A eso se le llamaba hacer de dida. Con los años, mi madre no fue capaz de volver a entregarlo y se quedó siempre con nosotros como un hermano más.

Aparte de en casa, ¿cuándo comenzó a trabajar?
—Cuando fuimos a vivir a Vila. Yo tendría poco menos de 18 años; ya dejé de trabajar la tierra y comencé a trabajar en la fábrica de azulejos de Can Coll y para las obras del puerto de Ibiza.

El trabajo en el puerto o en Can Coll, ¿se convirtió en su oficio?
—Mi oficio definitivo llegó un poco más tarde. Yo ya estaba casado con Elena, hija de Bartomeu d’es Terç, cuando nuestro cuñado, Paco Matà, que era el capataz de los bomberos del aeropuerto de Ibiza me dijo que por qué no me iba a trabajar con él. Y así lo hice. Estuve como bombero en el aeropuerto desde entonces y hasta que me jubilé.

Supongo que viviría momentos o anécdotas interesantes en este trabajo.
—Así es. Y no todas agradables por desgracia. El día del accidente aéreo de Ses Roques Altes nada más llegar el mensaje de emergencia me tocó ir con el camión a esperarlo en la cabecera 07 (la de la parte de Es Codols) a esperarlo. No sabíamos si se había estrellado ni donde. Estarellas, el controlador aéreo, salió con el coche y localizó el accidente. Desde allí nos mandó un mensaje por radio diciendo que volviéramos a la cochera, que no había supervivientes.

Entonces, ¿no fueron al lugar del accidente?
—El mismo día no. Para cuando lo localizaron ya se estaba haciendo de noche. Al día siguiente sí que fuimos a recoger cadáveres [hace una pausa reflexiva].

Supongo que no sería fácil.
—Para nada. Fue horrible. Preferiría no hablar de detalles al respecto. Y es que, además, había criaturas pequeñas entre los matorrales y yo, para aquel entonces, ya tenía a mis hijos [tengo cinco], que eran pequeños.