Cualquier socialista moderno que se precie ha usado estos días Twitter o Facebook para dar su opinión sobre la lucha fraticida que protagonizan renovadores y críticos. Uno de los más contundentes fue Santiago Ferrer, que acusó a los críticos de «hacer trampas» y recordó que ya hace tiempo se quejó de que le habían insultado y amenazado con pegarle. «Yo ya era socialista, de izquierdas y nacionalista sin carnet, no necesito tener un trozo de plástico», concluyó Ferrer, que en un mensaje posterior aplaudiendo la imposición de la gestora dijo: «Ya está bien de matonismo». Paco Chamizo, también renovador, indicó que no se pensaba ir del partido: «A mí que me echen».
La crítica Dessiré Ruiz tenía ayer el ánimo bajo y así lo reflejó: «Algunos nos crecemos en las adversidades. Nadie dijo que plantarle cara a Goliat fuera fácil». El también crítico Joan Carles Rodríguez añadió: «Hay días en los que te avergüenzas de pertenecer a una formación con una organización tan pésima y que tiene tan poca moral».
Se lo tomó con más humor el que fuera integrante de la ejecutiva de Campillo Alan Ripoll, que cuando se enteró de que el PSIB había anulado el congreso dijo: «Gracias por estos dos días, jajaja». Desde luego, el poder de Campillo y los suyos ha sido el más efímero que se recuerda.
También José Ramón Mateos consideró un «error» la anulación y Leopold Llombart, otro crítico, dijo en Facebook que la situación del PSOE es «triste y decepcionante». «Me cuesta entender que compañeros se miren peor que si fuesen combatientes en guerra», dijo.
En la discusión cibernética también entraron miembros de otros partidos como el histórico dirigente de EU Miquel Ramon, que dijo que Campillo ha durado solo 4 días, pero «su defenestramiento no es juego limpia». En otro tuit conminó a la dirección de Eivissa a desaparecer para ser gobernada desde Palma porque «así no tendrían que hacer una gestora cuando no ganan los buenos». La popular Virtudes Marí también se divirtió ayer retuiteando a populares de Mallorca que se metían con la decisión de Armengol de anular el congreso «porque no le gustan los resultados».