La vivienda está compuesta por dos casas ‘bessones’ que se unieron en el siglo XIX. | ANA ISABEL GARRIDO SANCHEZ

Toni y Andrea han hecho de su afición una forma de vida. Son los responsables del museo etnográfico de Santa Agnès, en la casa pagesa de Es Pujol, en pie desde finales del siglo XVIII. «En un principio se trataba de una casa doble, bessona, de 1783 aproximádamente», explica Andrea, francesa pero «ibicenca de adopción», pues hace más de una década que vive en la Isla, habla castellano perfectamente y está aprendiendo catalán.

«Este tipo de viviendas no son muy comunes en Eivissa y fue a finales del siglo XIX que se juntaron las dos casas, la de los señores y la de los majorals, y se quedó una», añade la guía. Las paredes de las numerosas habitaciones que conforman la vivienda están decoradas por infinidad de objetos de todo tipo que rememoran la forma de vivir de antaño, la vida de la pagesia ibicenca.

«Mucha gente nos trae cosas que encuentra en casas y que no quiere mantener pero saben que aquí estarán bien conservadas», asegura Toni, «y a veces nosotros mismos buscamos objetos en la basura porque la gente tira infinidad de cosas». La pareja muchísimo tiempo en dedicarse a su museo particular, que tiene como peculiaridad el mostrar realmente cómo funciona cada objeto que se expone, «que se puede tocar y no se exhibe en vitrinas». Toni, de Salamanca pero afincado en Eivissa de toda la vida, tiene claro que «es una lástima olvidar cómo se vivía antes y todo lo que sabían antiguamente, porque la gente era más inteligente que ahora».

Objetos con historia

La visita turística empieza en las salas secundarias, destinadas a funciones como el almacenaje o el taller. «Tenemos un taller de espardenyes, que se hacían con esparto y hoja de pita, una planta cuya pulpa se utilizaba en México para preparar tequila, curiosamente», explica Andrea. Cestos, un mueble de barbero y hasta incluso una mesa con antiguas pipas y la pota «que fumaban los hombres antiguamente» son otros de los tesoros que se conservan en este espacio.

Y un poco más allá, una auténtica moto Guzzi Hispania, según Andrea, «de 1949, cuando estuvieron muy de moda en España y se fabricaban en Sevilla, aunque sus creadores eran italianos. Eran muy populares al ser muy prácticas y apenas gastar gasolina».

La estancia más importante, «donde los pagesos hacían su vida», según Toni, era la cocina, la más antigua de la casa, de altos techos de pino. «Toda la casa tiene techos de sabina menos la cocina, porque al ser una habitación tan grande y de techos tan altos, era preferible usar pino, pues es un árbol que crece mucho más rápido», asegura Andrea. Las bigas tienen un color negro muy característico, «por el humo, que a la vez derritía la resina y servía como un barniz protector».

Otra de las estancias más curiosas es la habitación principal, donde la cama se ha mantenido tal cual y está rodeada de trajes de todo tipo, que permiten apreciar bien el tipo de vestimenta preferido tanto por hombres y mujeres de la época y los grandes baúles donde las mujeres transportaban su ajuar al casarse. Las dos entradas de la vivienda sirven de expositor de corns, calabazas y herramientas de todo tipo y hasta incluso se ha mantenido en perfecto estado la bodega, situada bajo el nivel de la tierra y llena de botas y tinajas para vino y aceite, principalmente.

Visitantes de todo tipo

El museo abre sus puertas prácticamente a diario, dependiendo de la disponibilidad de Toni y Andrea, que llevan solo tres años trabajando en él y ya han recolectado más de mil objetos. «También vendemos los productos que preparamos, 100% artesanalmente, en diferentes mercadillos», explica la pareja. «La mayoría de días estamos aquí y los fines de semana a partir de las 11 de la mañana, siempre». Desde mermeladas a almendras, la pareja aprovecha «todo lo que da la tierra» y así logra algún beneficio, pues la entrada al museo es totalmente gratuita, aunque aceptan cualquier aportacion que los visitantes quieran darles.

«Normalmente tenemos tres o cuatro visitas al día», explica Andrea, «vienen tanto turistas españoles como gente de fuera que se interesa por la cultura de Eivissa y no solo por las playas», añade, a la vez que destaca que «para verlo todo hace falta más de un día entero». Una verdadera reconstrucción de la vida diaria en la Isla que demuestra el cambio que ha sufrido a lo largo de los años.